Un hombre para Zafiro by Catherine Brook

Un hombre para Zafiro by Catherine Brook

autor:Catherine Brook [Brook, Catherine]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2018-03-20T16:00:00+00:00


Capítulo 14

Cuando Zafiro despertó al día siguiente, lo hizo con una sensación de plenitud y satisfacción. Se removió con el cómodo colchón y ronroneó como un gato que despertaba de un agradable sueño, y pensó que quizás el motivo por el que a las jóvenes no se les hablara de eso antes del matrimonio era para evitar que cometieran el pecado de la lujuria antes de casarse; pero si eso era un pecado, valía la pena condenarse por ello.

Ella debería de avergonzarse de esos pensamientos pecaminosos, se supone que una dama correcta no los tenía, pero Zafiro pensaba que no deberían de tener nada de malo.

Con pereza, abrió los ojos para enfrentarse a un nuevo día, y lo primero de lo que se dio cuenta, era de que su cómodo colchón no era otro que el cuerpo de su marido. Volvió a cerrar los ojos y respiró para evitar que el color rojo se propagara por todo su cuerpo. Desde que conocía a ese hombre, vivía constantemente de ese color. Abrió de nuevo los ojos y le dedicó una torcida sonrisa a su esposo.

—Empiezo a pensar que tienes preferencias por los colchones humanos —dijo él con una sonrisa burlona.

Ella volvió a ruborizarse y se levantó dispuesta a bajarse de su colchón humano, pero mientras lo hacía, le proporcionó una perfecta vista de sus formados senos, y él quitó las manos que descansaban en su nuca para atraerla contra sí, nuevamente contra sí.

Iba a decir algo, pero Zafiro nunca sabría qué, porque en ese instante alguien tocó la puerta.

—¿Milady?

El mayordomo.

Zafiro se las arregló para que su voz sonase tranquila y no reflejara nada lo incómoda que se sentía.

—¿Sí?

—Las duquesas de Rutland y Richmond, la marquesa de Aberdeen, y la señorita Loughy desean verla.

Zafiro giró su cabeza noventa grados para ver en el reloj arriba de la chimenea, eran casi las diez de la mañana, ella no se levantaba tan tarde.

Miró al hombre bajo sí y vio que hacía una mueca de disgusto, y antes de que Zafiro pudiera responder, lo hizo él.

—Dígales que la condesa no puede recibirlas en este momento.

—¡No! —exclamó Zafiro inmediatamente zafándose de sus brazos—. Dígales que las recibiré en unos minutos.

Silencio, se oyó un silencio como si el mayordomo intentara decidirse a quién hacer caso, al final dijo:

—Como ordene, milady.

Zafiro suspiró aliviada sin querer imaginarse lo que debía estar pensado el mayordomo, fulminó a su marido con la mirada, y empezó a buscar un vestido que fuera sencillo de poner y que no requiriera de doncella.

Después de ataviarse con un sencillo azul cielo, Zafiro salió de la habitación y mientras recorría los pasillos de la casa, se revisó en cada objeto que pudiera mostrar su reflejó con el fin de asegurarse de que no parecía un tomate andante. El hombre era irritable. ¿Cómo se le ocurría decir una cosa así? ¿Qué estaría pensando el mayordomo en ese momento? Oh, claro que sabía lo que estaba pensando, y solo esperaba que no regara la cómica situación. Agradeció al



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