Un domingo como otro cualquiera by Liane Moriarty

Un domingo como otro cualquiera by Liane Moriarty

autor:Liane Moriarty [Moriarty, Liane]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2016-01-28T05:00:00+00:00


37

El día de la barbacoa

—¡Mamá! —Era Holly, que reclamaba la atención de su madre.

—¡Holly! —Clementine suspiró—. ¡Me has asustado! No es necesario que me llames siempre como si te fuera la vida en ello.

Se levantó de la mesa, evitando conscientemente mirar a Sam. Estaba deseando estar a solas con él en el coche para comentar los acontecimientos de la noche. Recordarían lo sucedido para siempre. Cada vez sentía más curiosidad. Se habían caído en la madriguera del conejo. Erika, que nunca había querido tener hijos, ahora deseaba tenerlos. Oliver quería los óvulos de Clementine. Y su anfitriona había sido stripper.

—¿Has oído hablar de Pedro y el lobo? —le dijo a Holly.

—No conozco a ningún Pedro. Te he llamado un millón o un trillón de veces —respondió Holly, levantando la vista hacia ella con mirada acusadora desde la silla colgante, donde estaba sentada al lado de Dakota.

—Lo siento —se disculpó Clementine—. ¿Qué sucede?

—¿Por qué tienes la cara tan roja? —preguntó Holly.

—No lo sé —contestó Clementine. Se presionó la cara acalorada con las yemas de los dedos fríos. Ya no hacía tanto calor—. ¿No tenéis frío?

—No —dijo Holly—. ¡Mira qué juego nos ha enseñado Dakota! ¡Es alucinante! —exclamó la niña, señalando un juego colorido y animado en la pantalla del iPad que Dakota tenía en la mano.

—¡Vaya! —exclamó Clementine, mirando el juego pero sin fijarse en él—. Es increíble. Gracias por cuidarlas tanto —le dijo a continuación a Dakota—. Avísame cuando estés harta, ¿vale? Cuando te aburras.

—¡Ruby y yo no somos aburridas! —protestó Holly.

Dakota le sonrió a Clementine con complicidad. Parecía una niña muy seria y buena. Era increíble que fuera la hija de dos personas tan extravagantes como Vid y Tiffany.

—¿Todo en orden por aquí? ¿Os estáis portando bien? —preguntó Sam, acercándose a Clementine.

Su mujer levantó la vista y lo miró a los ojos. Tenían un brillo especial. Un brillo que hacía tiempo que no veía. Puede que esa noche tuvieran sexo del bueno, como era debido, como solía ser antes, no ese sexo extrañamente incómodo y por cumplir que habían estado practicando los últimos dos años. Su vida sexual hacía aguas desde que Ruby había nacido, al menos eso opinaba Clementine. A veces tenía una sensación de pérdida, de verdadero pesar por la pérdida de su vida sexual, y en otros momentos se preguntaba si no estaría todo en su mente, si estaba montando el típico drama por algo natural e inevitable. Le pasaba a todo el mundo, se llamaba «estancarse», se llamaba «matrimonio».

Otras veces tenía una sensación horrible durante el sexo, como si fuera algo inadecuado, casi como un sentimiento de incesto. Era como si ella y Sam fueran amigos de toda la vida y, por alguna razón religiosa, legal o médica, estuvieran obligados a practicar sexo cada equis semanas delante de un pequeño jurado de observadores imparciales. No es que fuera desagradable acostarse con un viejo amigo guapo, pero era raro, y resultaba un alivio para todos cuando se acababa.

Nunca había hablado de aquello con Sam. ¿Cómo iba



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