Un dios en ruinas by Kate Atkinson

Un dios en ruinas by Kate Atkinson

autor:Kate Atkinson [Atkinson, Kate]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2015-04-01T04:00:00+00:00


1982

Héroes de la madrugada

La mayoría de las noches sollozaba contra la almohada, preguntándose qué había hecho para merecer aquello. El problema era que algo en él no andaba bien, ¿no? Todo el mundo lo decía: su madre, su abuela, incluso en ocasiones su hermana, pero ¿qué era? Porque si supiera qué estaba mal intentaría arreglarlo, de verdad que lo haría. Lo intentaría con todas sus fuerzas. Y quizá entonces aquel castigo perpetuo acabaría y la bruja malvada que decía ser su abuela lo dejaría irse a casa, y no volvería a ser un niño malo en toda su vida.

Cada noche, cuando se iba a la cama, Sunny repasaba con desesperación la retahíla de desconcertantes normas, preguntas e insatisfacción generalizada (en todos los bandos) que habían llenado su jornada en Jordan Manor («ponte derecho no comas con la boca abierta no hagas eso dentro de la casa muchas gracias lávate bien las orejas o es que intentas que crezcan patatas en ellas qué tienes en la mano pero a ti qué te pasa»). No importaba qué hiciera, nunca estaba bien. Eso lo estaba convirtiendo en un manojo de nervios. ¿Por qué nunca se acordaba de decir «por favor» y «gracias»?, lo regañaba su abuela. Tenía que atenuar el llanto porque si ella le oía llorar subiría pisando fuerte por las escaleras e irrumpiría en su habitación y le diría que se callara y se durmiera.

—Y no me hagas volver a subir —añadía siempre—. Estas escaleras van a matarme algún día.

«Ay, ojalá», pensaba Sunny. ¿Y por qué lo había instalado allí arriba si le costaba tanto subir?

Era una celda, aunque según ella fuera «el cuarto de los niños», una habitación horrible en el desván, en lo que ella llamaba «el piso del servicio», aunque ya no tuvieran criados «como Dios manda», según ella. En cualquier caso, los que tenían, la señora Kerrich y Thomas, nunca subían allí. Estaban «pasando estrecheces», decía su abuela, motivo por el que solo contaban con la señora Kerrich, que acudía cada día a cocinar y limpiar, y Thomas, que vivía en la casita del guarda en la entrada de Jordan Manor y que cargaba, transportaba y arreglaba todo aquello que se estropeaba y «hacía intentos» por cuidar el jardín. A Sunny no le caía bien Thomas. Siempre le decía cosas como «¿Qué tal, chaval? ¿Te vienes a ver mi leñera, jovencito?». Y a continuación se reía como si acabara de contar el chiste más gracioso de la historia, mostrando huecos negros donde le faltaban dientes. Tanto Thomas como la señora Kerrich tenían un acento peculiar, llano y cantarín al mismo tiempo. («De Norfolk», aclaraba la señora Kerrich).

—En realidad son campesinos —decía su abuela—. Buena gente, sin embargo. Más o menos.

Tanto Thomas como la señora Kerrich pasaban mucho tiempo refunfuñando por tener que estar siempre «a la entera disposición de milady», y más tiempo incluso refunfuñando por Sunny y la cantidad de «trabajo de más» que les suponía. Hablaban de él en sus narices como si no estuviera presente, sentado a la mesa de la cocina con ellos.



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