Un conde sin corazón by Nuria Rivera

Un conde sin corazón by Nuria Rivera

autor:Nuria Rivera [Rivera, Nuria]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2019-10-02T16:00:00+00:00


Capítulo 11

Antes de que Richard Bellamy se convirtiera en lord McEwan no había huido de una mujer. No recordaba haberlo hecho nunca. Tomaba de ellas lo que le entregaban de buen gusto, y lo disfrutaba. Nunca se detenía en pensar si aquello era correcto o si podía arruinar la reputación de una dama. Por eso se maldijo mil veces por haberse marchado, con una mala excusa, de la casa del cobertizo. Tenía a la damita seducida entre sus brazos, arrobada y entregada; no le hubiera costado mucho recibir de ella su mayor tesoro. ¿Por qué se había detenido?

«Esta mujer te importa», susurró una voz en su cabeza.

Apenas habían compartido algunos momentos, pero se sentía subyugado. No recordaba sentirse tan desesperado por tomar a una mujer. Al besarla se volvía loco de deseo; sin embargo, se controló. No quería asustarla y ella parecía disfrutar tanto con aquellas caricias que cuando vio su cara de decepción al decirle que se marchaba, se sintió un vil canalla. Ella podía pensar que la despreciaba. Huyó para no acabar siendo un mezquino que le arrebataba su inocencia por pura lujuria.

Se había refugiado en la posada. Unas pintas de cerveza le despejarían el ánimo. Y no se equivocó. Por lo visto aquel lugar era el asilo de otros desesperados. Encontró a lord Mersett acomodado en una mesa y comieron juntos. Hablaron de temas superfluos, nada de calado. Su tía le había hablado de él y pensó que le gustaría conocer su verdadera historia, quizás algún día podían contarse sus penas. Imaginó si estas podían ser similares a las suyas. Él solo se había encaprichado de una joven, de ahí al amor había mucho camino, pero sintió curiosidad en saber si de verdad había alguna mujer en el corazón de aquel hombre. Desvió sus reflexiones. Cómo le gustaría tener a la condesa Wedderburn a mano y olvidarse de todo. No, se engañaba. No era capaz de estar con otra mujer. Bebió de su pinta y borró todo pensamiento con relación a Rose.

—Lo vi pelear una vez, en Londres. Dejó al otro hecho una pena —dijo por desviar la atención de su mente.

—Si gusta alguna vez, va bien para eliminar la tensión —respondió el otro, y con sarcasmo añadió—: Quizá nos venga bien a los dos.

—No lo pongo en duda, pero estimo que me dejaría igual o peor que a aquel pobre diablo; me va más un combate a esgrima, a espada o florete.

El gesto del chino le hizo saber que no lo descartaba, pero que prefería sus puños. Richard elevó su vaso al aire y llamó a Dorothy, para que sirviera otras cervezas.

Al llegar a Conway House se encerró en el viejo gabinete de su tío, pasó la tarde en aquel lugar y pidió que le sirvieran allí la cena. No estaba con ánimo de ver a nadie. No sabía en qué había gastado el tiempo, pero tenía un montón de papeles llenos de garabatos. Quizás debería hablar con Aldrich, incluso con Conway, su primo, el hijastro de su tía; con alguien que le dijera qué le estaba pasando.



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