Un beso en tu futuro by Raquel Castro

Un beso en tu futuro by Raquel Castro

autor:Raquel Castro [Castro, Raquel]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-607-315-342-3
editor: Penguin Random House Grupo Editorial México
publicado: 2017-01-01T00:00:00+00:00


13

En la camionetota de la mamá de Mario íbamos Jonathan, Ara y yo, Mario y dos amigos de él, de su otra escuela. Además iban tres o cuatro coches más con tíos y primos suyos.

—Tienes una familia bien grandota —le dijo Jonathan a Ara cuando nos estacionamos frente a los restaurancitos de quesadillas y sopa de hongos: realmente éramos un montón.

—El de la familia grandota es Mario. Su papá tiene como diez hermanos y se llevan todos muy bien. Mi papá es el único hermano de su mamá y por eso me jalan.

—¿O sea que somos como los gorrones de la gorrona?

—¡Cómo eres menso, Jona! —me metí yo. Confieso que pensé exactamente lo mismo, pero una cosa es pensarlo y otra decirlo. Me temí que Aránzazu se enojara, pero más bien se rio.

—Mario y yo nos llevamos súper bien, de chiquitos éramos inseparables y siempre habíamos ido a la misma escuela. Luego nos inscribieron en secundarias diferentes y…, bueno, luego me pasaron a la de él, que es la escuela chafa que se inundó —me dio la impresión de que había evitado contarnos algo, pero ella siguió hablando y no le vi el caso a interrumpirla—. Y sus primos y sus tíos me tratan muy bien, la verdad.

—¿Y por qué no vinieron tus papás? —preguntó Jonathan.

Ahora sí, Ara puso una cara más rara.

—Bueno, ya. Les voy a contar una cosa pero no es algo que me guste andar repitiendo. Mi mamá está como enferma, tiene depresión. No tiene ganas de salir a ningún lado ni le interesa nada. Y mi papá siempre pone de pretexto que tiene mucho trabajo.

—A lo mejor no es pretexto —dije.

—A lo mejor —aceptó ella no muy convencida, e insistió—: Pero bien que lo usa como escudo para no pararse en la casa más de lo necesario. Y no lo culpo, ¿eh? Si yo pudiera, haría lo mismo.

—Híjole, qué mal —se me salió.

—Pues sí —dijo ella, pero de inmediato cambió el tono y sonrió—. Oigan, ya todos están adentro, ¿no tienen hambre? Yo estoy que me desmayo.

Por quedarnos chismeando afuera, cuando entramos ya no pudimos escoger dónde sentarnos: había un lugar libre junto a Mario y otros dos en una orilla, bien lejos. Yo pensé que lo lógico era que Jona y yo nos sentáramos en los lugares más alejados, pero Ara me agarró de la mano.

—Que Jona se siente con Mario y tú y yo nos vamos para allá, ¿sale?

Se me estrujó el corazón de que le dijera “Jona” y de que frustrara mi oportunidad de sentarme con él, pero obviamente le dije que sí. En eso, Mario se levantó, todo sonrisas.

—¿Por qué no te sientas tú acá, Nancy? Desde ese día en la escuela, no hemos platicado para nada.

Me lo dijo mirándome a los ojos y yo sentí que mis pulgas de la panza daban brinquitos, y luego me dio mucha vergüenza traer mi sudadera vieja y mis tenis pintarrajeados; él se veía muy, muy bien y eso que andaba de pants.

—¿Con estas fachas y junto al del cumpleaños? —me quise resistir.



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