Twisted Hate by Ana Huang

Twisted Hate by Ana Huang

autor:Ana Huang [Huang, Ana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-27T00:00:00+00:00


* * *

—¡No, no, no! —Mamá me quitó el rizador de pelo de la mano—. Mira qué estropicio. —Señaló los rizos que me había pasado una hora perfeccionando—. Alastair llegará enseguida y parece que lleve un nido de pájaros en la cabeza. ¿Cuántas veces tengo que enseñártelo? ¿De qué me sirve tener una hija si no sabe hacer bien una cosa tan sencilla?

Me mordí el labio inferior con fuerza.

—Pero yo he hecho exactamente lo que me has…

—No me contestes. —Adeline dejó la plancha, aún caliente, encima de la mesa y se pasó el peine bruscamente por el pelo, deshaciendo todo mi trabajo—. Lo has hecho a propósito, ¿verdad? Quieres que esté fea. —Se le llenaron los ojos de lágrimas—. Ahora tendré que arreglar el desastre que has hecho.

Me mordí el labio con más fuerza todavía hasta que el metálico sabor de la sangre me inundó la boca. No estaba para nada fea. Estaba preciosa, como siempre. Mi madre ya no era tan joven como en las fotos de los concursos de belleza que tenía expuestas por toda la casa, pero seguía teniendo una piel suave y ninguna arruga. Tenía el pelo de un color caoba muy bonito y todas las mujeres de la ciudad envidiaban su figura.

Todo el mundo decía que me parecía a ella, sobre todo ahora que tenía la piel impecable y que por fin me podía poner sujetadores de los de verdad. Los chicos estaban empezando a fijarse en mí, incluido Billy Welch, el chico más mono que había en mi clase de último curso de primaria.

Pensé que mamá se alegraría de que me pareciera a ella, pero, cada vez que alguien lo mencionaba, se le ensombrecía la mirada, se excusaba y se marchaba.

—Vete. No quiero verte más. —Me miró de arriba abajo. Su enfado se multiplicó hasta convertirse en un monstruo gruñón y tangible en medio del cuarto—. ¡Márchate!

Finalmente, las lágrimas me resbalaron por las mejillas.

Salí de su habitación y entré en la mía. Cerré de un portazo y me tumbé en la cama, donde intenté ahogar mi llanto con las almohadas. Las paredes de nuestra casa eran tan finas que seguramente pudiera oírme, y mamá odiaba que llorara. Decía que era rastrero.

Mis sollozos, semejantes al hipo, resonaron por toda la habitación.

Mamá tenía derecho a estar enfadada. Tenía una cita importante con el hombre más rico de la ciudad, alguien que podría solucionarnos todos los problemas económicos si se casaban, como quería mamá.

¿Y si me había cargado la posibilidad al no peinarla bien? ¿Y si rompía con ella y mamá me odiaba para siempre?

Antes, mamá y yo éramos mejores amigas, pero ahora, a sus ojos, yo nunca hacía nada bien. Y no paraba de enfadarse conmigo.

Cuando ya hube llorado todas mis lágrimas, me sequé los ojos con el dorso de la mano y cogí aire profunda y temblorosamente.

«No pasa nada. No pasará nada».

La próxima vez, lo haría bien. Y entonces mamá volvería a quererme. Estaba segura.



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