Tres maneras de volcar un barco by Chris Stewart

Tres maneras de volcar un barco by Chris Stewart

autor:Chris Stewart [Stewart, Chris]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2008-12-31T16:00:00+00:00


Pocas son, pocas son, y lejanas

las tierras donde viven los Jumblies;

verdes sus cabezas y azules sus manos son,

y a la mar se hicieron en un colador.

Como el Hirta era un viejo barco de madera, tenía tendencia a hacer agua cuando había mar revuelto, por lo que a nadie escapaba lo apropiado de estos versos. De hecho, no pasó mucho tiempo antes de que la mayoría de los tripulantes pudieran soltar de un tirón fragmentos del poema adecuados para cada ocasión y recitar el estribillo. Y la verdad es que de esta manera el tiempo pasó volando… hasta que al cabo de cinco días entramos en aguas de Noruega.

De acuerdo con Tom, aquello era una «buena velocidad de crucero». Nuestra media había sido de cinco nudos aproximadamente, que es más o menos la velocidad a la que metes el coche en el garaje marcha atrás, o vas en bicicleta cuesta arriba. Pues bien, el lector bien podría reflexionar sobre esto y concluir que un viaje así representa una pérdida de tiempo, y a primera vista quizá estuviese en lo cierto. También es una forma cara de viajar; durante los cinco días pasados en el mar debimos de consumir una cantidad suficiente de whisky, chocolatinas, té, latas de comida y gasoil como para costearnos unos billetes de avión. Además, pasamos la mayor parte del tiempo mojados y ateridos… y durante las primeras veinticuatro horas casi todos habíamos sufrido un mareo terrible.

Sin duda es una locura. Sin embargo, recuerdo haber leído en Viento, arena y estrellas, de Antoine de Saint-Exupéry, que en una ocasión éste le había dicho a un camellero beduino que en su aparato volador podía hacer en dos horas el mismo viaje que a una caravana de camellos le llevaría diez días. El beduino, pensativo, se rascó su nariz aguileña, miró intensamente al aviador a los ojos y le preguntó en voz baja: «¿Y por qué iba a querer alguien hacer algo así?».

En eso estoy totalmente de acuerdo con el beduino, y elegiría con los ojos cerrados explorar la belleza que ofrece el mundo. Conozco personas que nunca han dormido bajo las estrellas. De hecho, es probable que haya gente que jamás ha subido a una montaña ni nadado en un río o un lago. Ya es tiempo de que lo hagan.

Por fin vimos, hacia el norte, una delgada línea gris apenas un poco más nítida que el horizonte. A medida que transcurrían las horas y la brisa nos empujaba, poco a poco la línea se fue aclarando hasta convertirse en los escarpados acantilados y boscosas islas de la costa occidental de Noruega. Sólo llevábamos cinco días en el mar, y aun así teníamos unos tremendos deseos de pisar tierra firme. Hay quien dice que navegar es como dar cabezazos contra una pared: sólo es bueno cuando dejas de hacerlo. Y no se puede negar que uno de los mayores placeres que reporta es llegar a una tranquila bahía o a un puerto al final de una travesía oceánica, para caminar por los bosques, subir a un monte o ir a un bar o una panadería.



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