Taras Bulba (Trad. Tatiana Enco de Valero) by Nikolái Gógol

Taras Bulba (Trad. Tatiana Enco de Valero) by Nikolái Gógol

autor:Nikolái Gógol [Gógol, Nikolái]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1835-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO VII

* * *

En el campamento de los zaporogos todo era ruido y agitación. Al principio nadie entendía cómo las tropas enemigas habían conseguido entrar en la ciudad. Más tarde, se enteraron de que todo el kuren de Péreiaslav, situado enfrente de una de las puertas laterales, estaba completamente borracho, así que no debían extrañarse de que la mitad de sus hombres hubiesen muerto y la otra mitad fuera presa sin tener tiempo de defenderse. Cuando los kurens vecinos, despiertos por el ruido, tomaron las armas, las tropas polacas entraban ya por las puertas de la ciudad y las de retaguardia disparaban sobre los zaporogos que, medio dormidos y medio borrachos, se precipitaban en desorden tras ellas.

El atamán dio orden de que se reunieran todos los cosacos y, una vez el ejército formó un círculo a su alrededor y se quitaron los sombreros, les dijo:

—¡He aquí, señores, lo que ha sucedido esta noche! ¡A qué resultado nos ha llevado la embriaguez! ¡Cómo nos ha ultrajado el enemigo! Tenéis, por lo visto, la costumbre de emborracharos cuando se os permite aumentar la ración de aguardiente, de tal modo que el enemigo, del ejército cristiano, no sólo os puede quitar los pantalones, sino que os escupe en la cara sin que lo notéis.

Todos los cosacos permanecían con las cabezas bajas, aceptando su culpa. Tan sólo Koukoubenko, atamán del kuren Nezamaikovsky, contestó:

—Espera, padre. Aunque no está permitido por la ley contestar al kochevoi cuando éste habla a todo su ejército, es menester que alguien explique que el asunto no ha sido así. Tus reproches no son del todo justos. Los cosacos hubieran sido culpables y merecerían la muerte si se hubiesen embriagado durante la marcha, durante la campaña, durante un difícil y duro trabajo, pero estábamos sin hacer nada, ociosos frente a la ciudad. No estábamos en Cuaresma ni teníamos que guardar ninguna abstinencia proclamada por la Iglesia. ¿Cómo quieres, entonces, que el hombre no beba si no tiene nada que hacer? En eso no hay pecado. Pero ahora vamos a enseñarles lo fácil que es atacar a gente desarmada. Ya antes los hemos derrotado, y ahora vamos a hacerlo de tal modo que no quedará alma en pie.

El discurso de Koukoubenko gustó a los cosacos. Levantaron las cabezas, antes gachas, y muchos las movieron en señal de aprobación, diciendo:

—¡Bien ha hablado Koukoubenko!

Taras Bulba, que estaba cerca, le dijo:

—¿Y qué, atamán? ¡Parece que Koukoubenko ha dicho la verdad! ¿Qué respondes tú a esto?

—¿Qué diré? Pues diré: ¡Bendito sea el padre que engendró tal hijo! La sabiduría no consiste en reprender, sino en decir palabras tales que, sin burlarse de las desgracias de los hombres, los animen, les den energía, así como las espuelas dan vigor al caballo después de refrescarse en el abrevadero. Yo mismo quería deciros luego alguna palabra de consuelo, pero a Koukoubenko se le ha ocurrido antes.

—Ha dicho bien el kochevoi —se oyó en las filas de los zaporogos—. ¡Buenas palabras! —repitieron.

Y los más viejos, parecidos a palomos grises, también



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