Solal by Albert Cohen

Solal by Albert Cohen

autor:Albert Cohen [Cohen, Albert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Erótico, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1930-01-01T05:00:00+00:00


XVII

Solal no se había decidido aún a salir del ropero en el que se ocultaba. Aude se incorporó cansinamente y surgió fuera de la bañera. Oprimió suavemente el paño contra su cuerpo como con un herido. Hablaba y no sabía que Solal estaba tan cerca de ella y la oía.

—Se acabó, se acabó. Resolución, dos puntos, no volver a pensar en ese hombre. Me tengo a mí. Yo sola y basta. La verdad es que, decid lo que queráis, pero Aude y sus pensamientos no son cualquier cosa. Y me queda la música. Mozart querido Mozart desconsolado dorado feliz. Maldita sea.

La fusta que acababa de coger hizo un ruido, silbó y estrió las largas piernas. Brotaron unas gotitas de sangre. De ese modo se castigaba por pensar en Solal. Rompió a sollozar. (No puedes imaginarte lo adorable que estaba).

Se acostó por fin. Al apagar, oyó un ruido de pasos, reconoció una respiración y alargó las manos que fueron asidas en la oscuridad. Fluía el río de juventud y la espantaban la alegría y la certeza. El viento abrió los postigos, penetraron los rayos que alumbraban al moribundo del piso de abajo.

—¡Usted! —Se frotó la frente con las manos y sonrió inefablemente—. Contesta rápido sin pensarlo: di di di ¿me quieres? Oh, oh el amado, oh quién ha venido. Mi dulce bien, oh, el señor de toda el alma, el maravilloso que ha venido a mí. Oh, te quiero.

Se sentía dispuesta a cometer toda clase de atrevimientos y su temeridad la exaltaba. Tendió torpemente los labios.

—Dueño. Mi dueño.

Solal se inclinó sobre aquellos labios y los besó. Ella recibió, párpados moribundos, salvajemente el primer gran beso aleteante. Se sintió marcada para siempre, aspiró la vida. Oh, aquellos besos tatuados en los labios de ambos. Oh, precipicios de su destino.

Él se alejó, vio un melocotón sobre la mesa, mordió la fruta, miró la boca entreabierta que pedía más y aquellos ojos de santa y los labios húmedos de jugo amoroso. Júbilo. Labios y lenguas unidas. Oh, lenguaje de juventud.

—Mi dueño —tornó a balbucir ella.

A él le apuraba aquel entusiasmo miserable y no obstante era feliz. Ella salió de su éxtasis y le preguntó si era cierto que Adrienne y él. Solal se encogió de hombros y contestó que hacía cinco meses que no escribía a aquella mujer. Le dirigió ella una inquisidora mirada de esposa, ya celosa: le haría padecer aquel arcángel negro impasible.

—Vete ahora, amado mío —dijo con tono sentencioso. (Como Adrienne. Todas, no cabía duda)—. No dormiré y toda la noche, toda, te conservaré en mi corazón. Tu nombre de sol y soledad lo llevo grabado en el corazón desde el primer día. El de la mariquita, ¿te acuerdas?

Cuando vio que él abría la puerta, se quejó.

—¿Ya me dejas? Amado, vuelve. Escucha. Más cerca. Amado, soy tu aldeana, sabes, con largas trenzas y puedes hacer cuanto te plazca, mi todopoderoso señor. Tienes todos los derechos sobre mí. Soy tu mujer antaño y siempre. Oh amado, me gustaría poseer más para darte más.



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