Siroco, 1957 by Manuel Jiménez Delgado

Siroco, 1957 by Manuel Jiménez Delgado

autor:Manuel Jiménez Delgado [Jiménez Delgado, Manuel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2022-11-02T00:00:00+00:00


IX. Le valdría callarse

4 de diciembre de 1957

Abrió los ojos, la habitación estaba a oscuras y la noche seguía ahí fuera. Miró el Longines. Las seis y cuarto de la mañana. El viento golpeaba contra el edificio con violencia y los recuerdos le llevaron a bombardeos en la guerra. La cabeza le dolía una barbaridad. Como pudo localizó en la maleta el tubo de cristal con aspirinas, sacó el tapón de corcho, que cayó al suelo, y se tomó dos de una vez con agua que quedaba en la jarra. Volvió a la cama, donde se sintió morir de algo en el cerebro, pero simplemente se durmió.

El claxon de un coche lo despertó. Eran casi las diez. Oyó cómo llamaban a la puerta de la habitación y la voz quejumbrosa de Omar le avisó de que Maderal llevaba rato esperándole. Sobresaltado, se levantó para vestirse a toda prisa. Del dolor solo quedaban las punzadas de una ligera jaqueca que calmó con otras dos aspirinas que tragó con saliva.

Se bebió de pie un café negro mientras Omar miraba hacia el suelo con aire de arrepentimiento. Fernando lo ignoró, solo supo que, dependiendo de cómo acabara aquello, lo emplumaría o no. Juan lo esperaba con gesto sorprendido en la puerta de la recepción.

—Buenas —le dijo al verlo aparecer y se llevaba el dedo a un reloj imaginario en la muñeca—. ¿Se le pegaron las sábanas?

—Calle, soldado, que he tenido una noche toledana —respondió Viedma notando cómo el dolor de cabeza había desaparecido. Nada mejor que aspirinas y café para eso.

—Pues tengo órdenes de llevarlo a ver al coronel Mulero. —Maderal aceleró el paso hacia un jeep cubierto—. Así que me lo cuenta por el camino. Porque era para las diez y mire…

—Que le den por culo a Mulero —dijo Fernando de mal humor—. Cuando se llega, se llega.

—Sí, eso se lo dice cuando lo vea —rio el legionario, divertido.

—¿Qué pasa en el cielo? —Viedma señaló el color naranja que tenía todo.

—Esto es lo que pasa cuando ruge el siroco y se mezcla con la calima. Una tormenta de arena. —Maderal apremió al policía con un «vamos, vamos»—. O sea, una puta mierda de los cojones, que es su término científico.

Fernando no recordó nada parecido en su infancia melillense. Era como si todo hubiera sido pintado de un naranja sucio. No hacía calor ni el viento era caliente, pero sí violento con golpes contra el vehículo. La vida entera parecía haber desaparecido de las calles con puertas y ventanas cerradas.

—¿Y esto dura mucho?

—Vaya usted a saber.

—¿Quién le dio la orden de que Mulero quería verme?

—Me la dio Castromonte ayer por la tarde —Maderal puso cara de «quién va a ser»—, que era orden directa de capitanía.

El legionario iba a toda pastilla y el edificio apareció de repente en aquel mar de polvo que lo cubría todo. Se bajaron del coche. No había nadie en la entrada. Las puertas estaban cerradas y el letrero de «toque», si lo hubo alguna vez, había volado hacía rato.



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