Siempre fuiste un atardecer by Helen Rytkönen

Siempre fuiste un atardecer by Helen Rytkönen

autor:Helen Rytkönen [Rytkönen, Helen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-10-03T00:00:00+00:00


11

PEQUEÑAS RENDICIONES

Al levantarme de la mesa supe que no estaba borracha de vino. Hacía falta bastante más para tumbarme. Aquella sensación de estar flotando, de irrealidad, de calor extremo y temblor interno era por él, por nadie más.

Por Jon Marichal, que de nuevo aparecía en mi vida para romperme entera.

Algunos dirían que por qué no me rendía al destino, que me estaba dando señales claras de que lo nuestro no había acabado y que no acabaría nunca.

Otros me dirían que aquello se acabaría en cuanto hubiésemos echado un polvo: eso le quitaría la magia de lo prohibido y lo haría convertirse en una historia como otra cualquiera.

Esa noche yo no quería pensar en nada. Solo podía sentir su presencia a mi lado, tan alta e imponente, tan masculina y sexi que se me tensaba todo al mirarlo.

—¿Y si vamos al sky bar? ¿A coger aire?

Asintió con una sonrisilla. Puse los ojos en blanco.

—No quiero beber más, idiota. Solo congelarme un poco, no me apetece meterme ya en la cama.

Vaya, nada de lo que decía parecía acertado. Con él a mi lado, cualquier cosa parecía una insinuación.

—¿Y por qué quieres congelarte? —⁠me preguntó cerca del oído mientras me ayudaba a ponerme la gabardina. Reprimí un escalofrío y mi subconsciente me traicionó.

—Porque después de quince años sigues poniéndome nerviosa.

Se quedó quieto por un momento y escuché un suspiro entrecortado.

—Tú me sigues pareciendo la mujer más jodidamente guapa que he visto en mi vida. Y he visto muchas.

Cerré los ojos. Aquello se estaba precipitando. Caíamos al abismo.

—Vamos.

Caminé delante de él hasta llegar al ascensor. Recé porque alguien más se subiese con nosotros, pero nadie escuchó mis ruegos.

Pulsó el piso del ático y se quedó cerca de mí.

—Sabes que esto es solo un larguísimo prolegómeno de lo que va a pasar, ¿no?

Dios. Toda la sangre fluyó a un punto muy concreto de mi cuerpo y claudiqué.

—Nos lo debemos.

—No, no nos lo debemos. De hecho, ni siquiera deberíamos estar planteándonoslo. A veces el pasado es mejor dejarlo estar.

Pero cuando me miró, supe lo que pensaba sin duda alguna.

«Pero si crees que esto puede tener alguna repercusión en el futuro, entonces hagámoslo».

Me dio igual el pasado o el futuro. Yo solo quería volver a sentir al único hombre que me había hecho disfrutar el sexo.

Y eso era algo que no sabía nadie, solo yo.

—A la mierda el sky bar —⁠dije, y pulsé el botón de la planta en la que estaba mi habitación. Nuestros ojos conectaron, muertos de deseo, y de pronto lo tenía pegado a mí con las manos apoyadas en la pared del ascensor y dejando que sintiese su gran excitación.

—Así me tienes desde que te vi en el bar —⁠susurró en mi oído⁠—. Joder, Malena, eres como una maldición. No hay forma de sacarte de mi sangre.

Pegué mi pelvis a la suya en respuesta silenciosa a sus palabras. Mi cuerpo entero estaba erizado; nunca me había sentido tan ebria de anhelo. Todo lo que había vivido anteriormente se convirtió en un pobre sustitutivo de lo que Jon, con solo sus palabras, lograba encender en mí.



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