Secretos mortales by Robert Bryndza

Secretos mortales by Robert Bryndza

autor:Robert Bryndza [Bryndza, Robert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2018-04-13T00:00:00+00:00


31

—Ay, Dios, este caso se las trae —musitó Erika mientras volvía con Peterson hacia la estación de Charing Cross. Tomaron las callejas menos transitadas para poder hablar con tranquilidad de lo que habían descubierto.

—¿Qué es esa historia del diamante? —dijo él.

—Era el distintivo de Marissa. Quizá pensaba que ella, Honey Diamond, sería la que llegaría a hacer una fortuna con su carrera. Dita Von Teese ha ganado millones, y ella quería ser la nueva Dita Von Teese.

—Da la impresión de que hay cada vez más capas de…

—¿Intriga? ¿Engaño? —preguntó Erika.

—De mierda. El término adecuado es mierda. Este caso es un lodazal. Todo el mundo la odiaba.

Ella asintió.

—Marissa era una bocazas, una chica muy indiscreta, pero, hasta donde yo sé, solo le contó a la señora Fryatt lo del ataque del hombre de la máscara de gas.

—Que fuera fantasiosa y poco apreciada por los demás no quiere decir que no tuviera sus miedos y sus secretos. A mucha gente que ha sido asaltada le da miedo poner una denuncia. Y las personas más seguras de sí mismas van con frecuencia de farol y solo fingen seguridad —dijo Peterson.

Erika asintió. Habían estado tan abismados en la conversación que no se habían fijado por dónde iban, y de pronto emergieron por una travesía lateral a Regent Street. Había empezado a caer aguanieve.

—¿Te apetece un café? —preguntó Peterson, viendo un Starbucks todavía abierto en la esquina—. Al menos hasta que pare esta cellisca.

—De acuerdo.

Esperaron a que pasaran un par de autobuses y luego cruzaron la calle, apresurándose para escapar de la nieve, y entraron en el café profusamente iluminado. Erika encontró un sitio libre junto a la ventana y Peterson volvió al cabo de unos minutos con un par de cafés. Desde allí se veían los expositores navideños de la tienda de enfrente y el dosel de luces colgadas por encima de Regent Street. Ambos sorbieron el café caliente mirando el ajetreo de la calle.

—Bien, tenemos a Joseph Pitkin, que acosó y fotografió a Marissa en varias ocasiones y luego la filmó (a petición suya, creemos) para chantajear a Don Walpole —empezó Erika.

—Tenemos a Ivan Stowalski, que estaba obsesionado con Marissa y pensaba abandonar a su esposa en Navidades y largarse con ella a Nueva York, y que luego ha intentado quitarse la vida —dijo Peterson.

—También está Don Walpole, con quien ella se acostó cuando tenía quince años y al que después chantajeó, diciéndole que acabaría en el registro de delincuentes sexuales si lo contaba… Marissa, además, le robó supuestamente unos pendientes de diamantes a la señora Fryatt, pero la mujer no lo mencionó, y parecía muy avispada cuando hablamos con ella.

—¿Crees que su hijo lo sabía? ¿No tiene una joyería en Hatton Garden? —preguntó Peterson.

—Posiblemente… Ahora bien, la señora Fryatt fue la única persona a la que Marissa le contó que fue asaltada —dijo Erika.

—Por un hombre con una máscara de gas que al parecer está relacionado con Joseph Pitkin. Él se mató por esas fotos que le enseñaste durante el interrogatorio… Quiero decir que estaba muy asustado.



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