Sangre de monstruo III by R. L. Stine

Sangre de monstruo III by R. L. Stine

autor:R. L. Stine [Stine, R. L.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1995-01-01T05:00:00+00:00


—¡GLUP!

La fuerza de la explosión le hizo tragar de golpe el chocolate. Evan se atragantó y comenzó a toser. Algunos pegotes de pasta le salpicaron la cara. Tenía el pelo y los ojos llenos de engrudo amarillo.

—¡Ah! —resolló. Se quitó frenético la pasta de los ojos y parpadeó. La notaba también en la boca—. ¡Agh! —Escupió y se limpió los labios. Luego se puso a quitarse los pegotes de la cara.

—¡Se me ha pegado al pelo! —gimió Andy.

—¡Socorro, socorro! —Los gritos de Kermit parecían venir de muy lejos. Evan supo rápidamente por qué: Kermit estaba enterrado bajo un enorme montón de masa amarilla.

Sin dejar de quitarse el engrudo del pelo, Evan fue corriendo a la mesa de laboratorio y sacó a su primo de la mole de pasta.

—¡Uf! ¡Qué mareo! —exclamó Kermit, apoyándose pesadamente contra la mesa.

—¡No me lo voy a quitar nunca de la cabeza! —se lamentó Andy, tirándose del pelo con las dos manos—. ¡Nunca! Esto no tenía que explotar —le dijo a Evan—. Sólo tenía que hacerse grande. Supongo que ha sido algo que había en la masa.

Evan miró en torno al sótano. La pasta amarilla había salpicado por todas partes y ahora goteaba de las paredes y caía al suelo haciendo chasquidos.

—¡Qué explosión más increíble! —declaró Kermit. Se quitó las gafas, cubiertas de engrudo, y miró con los ojos entornados a su alrededor—. ¿Metiste algo en el cuenco? —le preguntó a Andy.

—Es igual —replicó ella, sin dejar de arrancarse pegotes amarillos del pelo.

Kermit le tiró del brazo.

—¿Qué era? ¿Qué le echaste a mi fórmula?

—¿Para qué lo quieres saber?

—¡Para hacerlo otra vez! —dijo el niño encantado—. ¡Ha sido increíble!

—¡No lo vamos a volver a hacer! ¡Eso ni lo sueñes! —gimió Evan.

Lo de la venganza no había salido del todo bien. Kermit tenía que estar llorando o temblando de terror, pero en lugar de eso le brillaban los ojos de emoción y mostraba una sonrisa de oreja a oreja.

«¡Somos idiotas! —pensó Evan tristemente—. ¡A Kermit le ha encantado!»

Kermit se limpió las gafas con un paño.

—¡Qué desastre! —exclamó, mirando en torno a la sala—. Cuando mamá vuelva a casa te la vas a cargar, primo.

Evan tragó saliva. Se había olvidado de la madre de Kermit. La tía Dee le había dado una última oportunidad para demostrar que era un buen canguro. Pero cuando llegara se encontraría el sótano salpicado de engrudo amarillo del suelo al techo, y desde luego Kermit diría que la culpa había sido de Evan.

«La tía Dee le dirá a todo el mundo por qué me despidió —pensó sombrío—. No me volverán a dar trabajo de canguro en toda mi vida. Ya me puedo despedir del Walkman.» Ahora no tendría forma de ganar dinero para comprárselo.

—¡Todo por tu culpa! —le espetó a Andy, señalándola con un dedo acusador. En la uña tenía un pegote amarillo.

—¿Por mi culpa? —chilló ella—. ¡Eras tú el que quería dar una lección a Kermit!

—¡Pero tú te empeñaste en utilizar la Sangre de Monstruo!

—¡Mira cómo tengo el pelo! —se lamentó Andy—. ¡Parece que lleve un casco! ¡Está hecho un amasijo! ¡Una auténtica ruina! —Lanzó un rugido de rabia.



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