Sammy y Juliana en Hollywood by Benjamin Alire Saenz

Sammy y Juliana en Hollywood by Benjamin Alire Saenz

autor:Benjamin Alire Saenz [SÁENZ, BENJAMIN ALIRE]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Planeta México
publicado: 2017-12-14T06:00:00+00:00


Dieciséis

—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó el médico—. ¿Qué les pasó?

—Unos tipos los atacaron —dije—. Junto al río.

—¿Qué hacían ustedes junto al río?

—Salvándolos —contestó René.

El médico negó con la cabeza.

—Muchachos locos.

—Sí —dije—. Muchachos locos y tontos. —Supuse que era la falta de sueño. Me sentía aturdido—. ¿Van a estar bien?

El doctor asintió, aunque no de forma muy convincente. Luego me miró.

—Creo que debería echarle un vistazo a ese labio. —Me llevó a un consultorio y me dijo que me sentara. Limpió la herida. Me dolió. Pero no lo demostré—. Creo que estarás bien —dijo—. Sólo no beses a nadie durante tres o cuatro días.

—No planeo hacerlo —dije.

Esperamos a los padres de Eric y Jaime. Los de Eric llegaron primero. Nos vieron sentados en la sala de espera de urgencias. Yo señalé hacia las puertas. Ellos se metieron corriendo, en busca de su hijo. Supe que les dolería verlo así. Si hubiera sido yo, le habría partido el corazón a mi papá.

La mamá de Jaime llegó un poco después. Su papá no venía. Supuse que a su papá no le importaba mucho.

—¿Y mi Jaime? ¿Dónde está mi Jaime?

Me levanté de la silla.

—Lo golpearon —dije.

—¿Quién? —Se soltó a llorar—. Es sólo un niño. —La abracé. Pensé en mi mamá. Sí, somos unos bebés, pensé. La solté. Le limpié las lágrimas—. Eres un buen muchachito. —Era una señora muy dulce. La llevé hacia la puerta. La enfermera y el médico no dijeron nada. La dejé ahí, llorando—. Jaime, Jaime, hijo de mi vida.

Llamé a mi papá y le conté lo que había sucedido. Dejé fuera la parte de por qué los habían golpeado. No necesitaba saberlo todo. Le dije que estaba bien. Sí, claro, bien. Le dije que no se preocupara. Estaba molesto, pero no demasiado. Aliviado, creo.

—Vente a la casa —dijo.

Le dije que después de saber cómo estaban ellos. Tal vez tendríamos que hablar con la policía. Quizá. ¿Quién sabe? Dijo que no tenía permiso de faltar a misa. Dije que estaba bien. Que volvería a casa cuando supiera cómo estaban.

Jaime tenía dos costillas rotas. Tenía la cara tan hinchada como una calabaza. Eric tenía rota la quijada. Cirugía, dijo su mamá. Llegó la policía. El doctor los llamó. Dijo que estaba obligado. Les dijimos lo que sabíamos. Lo que vimos. Todo.

—¿Qué les gritaban? —preguntaron de nuevo.

—Maricones. Los encontraron besándose. Eso dijeron. Eso oímos. —René era el encargado de contar la historia. Yo sólo asentí. El policía lo anotó en su formulario.

Los padres de Eric no dijeron nada. La mamá de Jaime no dijo nada.

Nos quedamos sentados un rato.

El padre de Eric nunca nos miró. La madre de Eric nos abrazó y nos agradeció una y otra vez. «Gracias, gracias, Dios los bendiga, gracias». La mamá de Jaime sólo lloró. Las madres me rompían el corazón. Gigi le dio las llaves del auto de Eric a su madre. La abrazó. «Dios te bendiga. Gracias».

Condujimos a la estación de policía. El detective nos separó. Cada uno de nosotros debía poner por escrito lo que había pasado, pero en cuartos separados.



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