Roque Six by José López Rubio

Roque Six by José López Rubio

autor:José López Rubio [López Rubio, José]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 1927-01-01T00:00:00+00:00


* * *

En la puerta, Roque tuvo la primera mirada para el sol.

Pronto vio que era un sol de segundo orden el que había salido aquel día, quebrando el almanaque y abriendo la estación del sol vergonzoso, de nubes hinchadas y negras, de los vientos helados del norte, del sonar de campanas; los meses en que el año se pone un poco neurasténico.

Las hojas amarillas, como manos extendidas, se desprendían de los árboles y lo acariciaban todo, suavemente, tanteando el aire, hasta jurar sobre el suelo que había llegado el otoño.

Si no hubiese sido por la levita nueva, Roque no hubiera querido vivir aquella estación que llegaba. No se sabe bien lo que conviene hacerse ropa nueva en otoño, lo que distrae las horas tristes, matando las últimas moscas del año.

—Pero el sol no es el mismo. De algún modo se tenía que arreglar el conflicto. Ahora tendremos mucho tiempo ese sol vergonzoso, aterido, que dan ganas de invitar a que entre en casa para calentarse junto a la chimenea.

Roque, a todo esto, no se dio cuenta de que sus pasos le llevaban doblando las esquinas, torciéndose al torcerse los caminos, y luego emprendía la subida de una cuesta pina, mal empedrada.

Sobre las piedras grises, en lo alto de la cuesta, una iglesia; cerca, con unos árboles y dentro de una tapia, el cementero de la villa.

A la puerta del cementerio, dos hombres tomaban el sol que, a ratos, cuando las nubes le permitían, daba en presumir un poco y se encendía en reflejos.

Uno de los hombres, lentamente, desmenuzaba entre sus manos una picadura de tabaco. El otro hombre, al divisar a Roque, se puso en pie, de sentado que estaba en el suelo.

Roque no se fijó en él hasta que le tuvo bien cerca, y no le fue posible esquivar el encuentro ni hacerse el distraído.

Era el medio muerto medio vivo de la tarde anterior, que saludó así a Roque:

—Es usted muy amable, reverendo Farjeón, al venir a visitarme tan temprano…

—¿Quién le ha dicho a usted que vengo a verle? —contestó Roque, malhumorado—. Esto no es el fin del mundo. Yo puedo ir a mis ocupaciones…

—No. Usted ha venido a verme aunque no quisiera. Es el Cielo quien lo ha traído.

Un ceño amenazó con tapar por entero los ojos de Roque.

—¿El Cielo? —contestó con voz de papel de lija—. No sabe usted más que hablar del Cielo imprudentemente. Eso puede costarle a usted muy caro, ¿sabe usted?

Roque pensó dejarlo, pegado a aquella amenaza, y marcharse de allí, pero el medio muerto le contuvo, tirando de su manga derecha, que hizo como una tienda de campaña sobre el brazo de Roque.

¡La levita nueva! ¡Le tiraba de la levita nueva! Un hombre que es capaz de tirarle a otro de la manga de una prenda nueva es también capaz de matar…

—¡Tiene usted que oírme! ¡Tiene usted que oírme!

—¡Yo no tengo que oír nada!

—Sí, usted tiene que oírme. Yo no me puedo marchar de aquí. Usted es el pastor del pueblo…

—¿Y qué



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