Rojo veneciano by Óscar Soto Colás

Rojo veneciano by Óscar Soto Colás

autor:Óscar Soto Colás [Soto Colás, Óscar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-03-08T00:00:00+00:00


* * *

Robert era de la misma opinión que Ana respecto al talento de Juana. La joven tenía la técnica de un maestro y la pasión de un verdadero artista. La vista de Venecia que le había regalado aquella misma mañana estaba siendo objeto de todo tipo de halagos por su parte.

—Déjame que intente venderla —le rogó.

Ella y Robert, junto a Ana, habían dejado el palacio del marchante atrás y ahora paseaban por las cercanías del puente del Rialto. Bajo su único arco de piedra, el tímido sol invernal del mediodía arrancaba destellos dorados de las aguas del Gran Canal. En el pasado, el antiguo puente de madera se había derrumbado y quemado en tantas ocasiones que empezó a ser una costumbre. Finalmente, fue construido en sólida piedra, por Antonio da Ponte, tras varios proyectos fallidos de arquitectos tan afamados como Vignola o el mismísimo Miguel Ángel. Su osado diseño hizo que muchos dudasen de su estabilidad, pero aún se mantenía en pie casi cuarenta años después.

A esa hora, los puestos que se instalaban a ambos lados del puente estaban llenos de gente.

—No es posible, Robert —negó Juana—. No puedo permitirme que Wilhem se entere.

—No tiene por qué enterarse. Llevaré el asunto con la máxima discreción.

Juana volvió a porfiar con un firme movimiento de cabeza.

—Te repito que no. Además, te he regalado esa tela a ti, no para que hagas negocio con ella.

—Pues entonces pinta algo destinado a vender. Fija el precio tú misma.

Juana pidió ayuda a su amiga con la mirada.

—A mí no me involucres en esto —negó Ana—. De hecho, ni siquiera tendría que hablar contigo después de la deslealtad de regalarle tu obra a este desviado. Que, ya ves, quiere venderla como buen mercader que es.

La familiaridad con que se hablaban era fiel reflejo de la confianza que se tenían.

Robert no estaba dispuesto a olvidar el tema tan pronto.

—Deja que te demuestre que tus obras se pueden vender —volvió a la carga—. Puedes usar un seudónimo o incluso no firmar.

Juana suspiró de modo ruidoso.

—Aunque quisiera, no me sería posible. Desde que Wilhem tiene bajo su tutela a ese aprendiz, tengo que andarme con más cuidado para subir al ático. Ya os conté lo que sucedió la primera noche.

—Puedes usar mi casa para pintar. Habilitaré un lugar para ti. —El tono de voz de Robert rozaba la súplica.

—No insistas. Es mi última palabra. Seguiré pintando siempre que me sea posible, y regalando a mis amigos mis cuadros. Al menos, por el momento.

—Un joven apuesto, ese Andrea Romano —intervino Ana. Daba la impresión de no haber oído una sola palabra desde hacía unos minutos—. ¿Un gallo viejo como Wilhem no es consciente de haber metido en su corral un rival con quien no puede competir?

Juana no quiso morder el anzuelo. Desde que su amiga había puesto los ojos en Andrea, no dejaba de estimularla a conocer mejor al joven. Un eufemismo para indicarle que era tonta por no haberlo metido aún en su cama de esposa abandonada.

Llegaron a las inmediaciones del mercado del Rialto.



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