Relatos reunidos by Marcelo

Relatos reunidos by Marcelo

autor:Marcelo
La lengua: eng
Format: epub
ISBN: 9789870435167
editor: Penguin Random House Grupo Editorial Argentina
publicado: 2014-08-31T16:00:00+00:00


(1984)

El porvenir de la carne

1.- Desafío.- Una mañana de otoño, bajo un cielo de pizarra, Willy trabajaba monótonamente por el conocimiento. Estaba en una especie de balcón, tres metros más arriba de la acera, y por la lívida neutralidad que le afilaba los hombros se habría asegurado que en el apartamento que tenía detrás nada quedaba de humano salvo unas migas en el suelo. En el asfalto de la calle Calabria, medio tachadas por figuras afanosas, tres filas de coches esperaban que el semáforo les diera paso. De los caños de escape, de los nítidos capots, un calor de flecos ondulantes trepaba por el ruido convirtiendo las fachadas opuestas, la churrería y el banco, en un paisaje de estratos minerales. Pero Willy, que ignoraba la palabra estrato, no podía captar el efecto. El objetivo de su Pentax no abarcaba paisajes ni deformaciones; enfocaba cada vez una figura y sólo después de asimilarla, impávido y aplicado, se desviaba a la búsqueda de otra. Entretanto la cara de Willy empezaba a mimetizarse con la cámara y el ojo se le volvía una chapa, como si ni siquiera él fuese inmune a las mansas mutaciones del otoño. Le faltaban dos horas para el intervalo. Comería chuleta de cerdo, bebería dos naranjadas, y a las tres de la tarde volvería al balcón para seguir acumulando carretes de rostros detenidos y múltiples. Pensando en eso enfocó a una vendedora de lotería, después a un chico que transportaba un colchón. Mullidos, aviesos, los chasquidos del disparador hendieron las hinchazones del aire, hasta que de pronto las dos aceras quedaron desiertas y por un momento Willy bajó la cámara. Aún le dolía la pedrada que una mujer le había tirado un rato antes, y tenía a los pies una foto rota en pedazos como lentejuelas. Se estaba apretando con una moneda el hematoma del pómulo cuando un hombre cruzó la calle desde la churrería. Era un hombre de ojos hurgadores, mojados como los ojos de un setter. Willy no acertó a encerrarse en la casa pero tampoco pudo retratarlo. Dejó caer la moneda. El hombre la recogió como si fuera suya y se la guardó en el bolsillo. Del cuello le colgaba una Leicaflex Summicron, pegajosa y abollada, que no miraba con menos alevosía que el dueño. Willy se apoyó en el pretil. “Fotografíeme usted a mí”, dijo con esfuerzo. “¿Por qué?”, dijo el hombre, y los ojos de perro sonrieron. “Porque usted querrá vengarse, ¿no? Ojo por ojo, ¿no? Nada mejor que tomarme fotos”, dijo Willy. El hombre lo estudió someramente. “No es una foto muy interesante, sabes”, contestó. Pero entonces Willy hizo un gesto superfluo, sincopado, quizá sólo se mordió una uña, y el hombre se iluminó. “Tendría que tomártelas en mi casa. Serían colosales. Tus jefes no habrían visto nunca fotos así.” “No creo que me permitan ir”, dijo Willy abrigándose en su inexpresividad. El hombre volvió a sonreír. “Depende”, dijo. “Puedo hacerles una oferta.”

2.- Tarjeta.- Pero esto, claro, fue después. Antes, cuando Floren



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