Relatos completos by Dylan Thomas

Relatos completos by Dylan Thomas

autor:Dylan Thomas [Thomas, Dylan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1986-01-01T00:00:00+00:00


Por donde corre el Tawe

El señor Humphries, el señor Roberts y el joven señor Thomas llamaron a la puerta del chalet del señor Emlyn Evans, una hermosa villa llamada Lavengro, cuando eran exactamente las nueve de la noche. Aguardaron escondidos tras un tupido arbusto de adelfas mientras el señor Evans arrastraba las pantuflas por el largo pasillo, desde el salón de la parte posterior hasta la puerta, y se afanaba luego en abrir el cerrojo.

El señor Humphries era maestro de escuela. Era un hombre alto, rubio y algo tartamudo, que había escrito una novela con la que no tuvo el menor éxito.

El señor Roberts, hombre alegre, de mediana edad y mala reputación, era cobrador de una compañía de seguros. En su oficio lo llamaban ladrón de cadáveres; sus amigos lo llamaban Burke y Hare, el nacionalista galés[7]. En sus buenos tiempos desempeñó un cargo de importancia en una empresa dedicada a la fabricación y la comercialización de cervezas.

El joven señor Thomas carecía por el momento de oficio y de beneficio, aunque próximamente, muy pronto, iba a partir a Londres para intentar hacer carrera como periodista en el barrio de Chelsea. No tenía un centavo, y con cierta vaguedad confiaba en poder vivir de las mujeres.

Cuando el señor Evans abrió la puerta e iluminó el sendero con su linterna, dejando a un lado y otro el garaje y el gallinero, aunque pasando por alto el arbusto de adelfas, los tres amigos aparecieron de un salto y le gritaron con voz amenazadora:

—¡Somos hombres del Ogpu, déjanos entrar!

—Buscamos literatura separatista —dijo el señor Humphries con su habitual dificultad al hablar, alzando la mano a modo de saludo.

—¡Salve, Saunders Lewis! ¡Sabemos dónde la esconde! —dijo el señor Roberts.

El señor Evans apagó la linterna.

—Adelante, chicos, resguárdense del aire de la noche, que hace frío. Entren a tomar una copa. No tengo más que mosto de chirivía —añadió.

Los visitantes se quitaron abrigos y sombreros, los apilaron sobre el remate del pasamanos de la escalera, hablaron en voz baja por temor a despertar a los mellizos, George y Celia, y siguieron al señor Evans en dirección a su madriguera.

—¿Dónde está su tormento y su afán, señor Evans? —preguntó el señor Roberts con acento barriobajero.

Se caldeó las manos frente al fuego y, si bien acudía todos los viernes de visita, observó la casa con cara de sorpresa; contempló las ordenadas hileras de libros, el adornado escritorio de persiana que transformaba la sala en despacho, el resplandeciente reloj de la repisa, las fotografías de los niños que miraban muy rígidos el pajarito de la cámara, la vieja botella de cerveza llena a rebosar de un delicioso vinillo casero un tanto peleón, que se subía a la cabeza, y el gato que dormitaba sobre la alfombra arrugada. «No hay como estar en casa con la burguesía».

Él era un solterón sin techo, con un pasado impresentable y cargado de deudas; nada le producía tanto placer como envidiar a sus amigos por sus esposas y por sus comodidades, así como hablar de ellos desdeñosamente, al menos en la intimidad.



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