Relatos by Raymond Carver

Relatos by Raymond Carver

autor:Raymond Carver [Carver, Raymond]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ficción, Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2000-03-17T16:00:00+00:00


Fiebre

FEVER

Carlyle estaba en apuros. Así había estado todo el verano, desde que le dejó su mujer a principios de junio. Pero hasta hacía poco, justo unos días antes de empezar las clases en el instituto, Carlyle no había necesitado a nadie que le cuidara los niños. El se había ocupado de ellos. Los había atendido día y noche. Su madre, les dijo, estaba haciendo un largo viaje.

Debbie, la primera niñera que localizó, era una muchacha gorda de diecinueve años que, según le dijo, provenía de familia numerosa. Los niños la querían, aseguró. Dio un par de nombres como referencia. Los escribió a lápiz en un trozo de papel de cuaderno. Carlyle lo cogió, lo dobló y se lo guardó en el bolsillo de la camisa. Le dijo que tenía reuniones al día siguiente. Que podía empezar a trabajar por la mañana. —Muy bien— dijo ella.

Comprendió que comenzaba una nueva época de su vida. Eileen se marchó mientras Carlyle aún estaba pasando las actas. Dijo que se iba a California del Sur para empezar una nueva vida. Se fue con Richard Hoopes, uno de los compañeros de instituto de Carlyle. Hoopes era profesor de arte dramático e instructor de fabricación de vidrio soplado y, al parecer había entregado las notas a tiempo, recogido sus cosas y abandonado la ciudad a toda prisa con Eileen. Ahora, con el largo y penoso verano detrás y las clases a punto de comenzar de nuevo, Carlyle se había finalmente ocupado del tema de encontrar niñera. Sus primeros intentos resultaron fallidos. Desesperando de encontrar a alguien —a cualquiera—, se quedó con Debbie. Al principio, agradeció que la muchacha respondiera a su solicitud. Le confió la casa y los niños como si se tratara de una parienta. De modo que a nadie había de culpar sino a sí mismo, a su propio descuido, de eso estaba seguro, cuando un día de la primera semana de clase llegó pronto a casa y paró en el camino de entrada junto a un coche con dos enormes dados de franela colgando del espejo retrovisor. Para su sorpresa, vio a sus hijos en el jardín, con la ropa sucia, jugando con un perro lo bastante grande como para arrancarles las manos de un mordisco. Su hijo, Keith, tenía hipo y había estado llorando. Sarah, su hija, empezó a berrear cuando le vio bajar del coche. Estaban sentados en la hierba, y el perro les lamía la cara y las manos. El perro le gruñó y luego se apartó un poco cuando Carlyle se acercó a sus hijos. Cogió en brazos a Keith y luego a Sarah. Con un niño en cada brazo se acercó a la puerta. Dentro de la casa, el tocadiscos sonaba tan alto que las ventanas delanteras vibraban.

En la sala de estar, tres adolescentes se pusieron en pie de un salto abandonando sus asientos alrededor de la mesita. Encima de ella había botellas de cerveza y en el cenicero humeaban cigarrillos. Rod Stewart aullaba en el estéreo. En el sofá, Debbie, la muchacha gorda, se sentaba con otro chico.



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