Reflejos del pasado by Susan Wiggs

Reflejos del pasado by Susan Wiggs

autor:Susan Wiggs
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins, S.A.
publicado: 2016-07-08T00:00:00+00:00


Fue casi corriendo hasta el punto de encuentro en St. Michel. Estaba enamorado, y no podía dejar de pensar en la noche que les esperaba a Katia y a él al final de aquel viaje en tren. Por fin iban a estar solos los dos.

Se preguntó si a Katia le habría resultado tan fácil convencer a sus padres. Iba a averiguarlo muy pronto.

Parecía que había más gente de lo normal en el metro. Observó a los pasajeros que bajaban las escaleras y recorrían los pasillos en medio de la cacofonía de los músicos que tocaban, los mendigos y los turistas. Katia y él quedaban siempre en una de las entradas del metro, la que estaba junto a la Brasserie St. Andre, pero él todavía no la había visto llegar. Iban a tomar la línea que les llevaría a la Gare du Nord y, una vez allí, el tren hacia Holanda.

Miró el reloj. Habían pasado unos minutos de las seis, la hora a la que habían quedado. Él comenzó a sentirse nervioso otra vez, y comenzó a pasearse. ¿Dónde estaba Katia?

Recorrió el perímetro de la plaza. A lo lejos se recortaban contra el cielo azul las torres de piedra y los contrafuertes curvos de Notre Dame. Vio a tres de sus amigos del grupo, a Lisa Dorfman, que estaba dando órdenes, como de costumbre, y a Malcolm y a Taye, que la estaban ignorando, como de costumbre también.

–Nuestro primer viajecito –dijo Malcolm, y señaló la boca del metro con la cabeza–. ¿Vienes?

–Estoy esperando a Katia –dijo Mason.

–Oooh, Katia –dijo Taye, fingiendo que se abanicaba.

–No va a venir –afirmó Lisa, en su habitual tono de prepotencia–. Sus padres no la van a dejar.

Vaya, ¿tendría razón Lisa? Mason la miró con cara de pocos amigos.

–Yo voy a esperar. Nos vemos en la estación.

–Muy bien, acuérdate de que el tren sale a las siete.

Sus tres compañeros bajaron juntos las escaleras.

Mason vio a un par de gendarmes al otro lado de la plaza. Una mujer pasó junto a él, y la brisa le arrancó un pañuelo de color rosa que llevaba al cuello. No se dio cuenta, y se dirigió hacia las escaleras del metro a toda prisa. Él recogió el pañuelo y la siguió.

–Excusez-moi, madame –le dijo–. Votre écharpe…

Ella se giró hacia él, con la mano en la barandilla.

–Merci, ¿eh? –dijo, con una sonrisa.

Era increíblemente guapa, como una supermodelo. Tenía el pelo rubio y brillante, y unas piernas muy esbeltas. Era tan impresionante que él se quedó sin habla.

–Je vous en prie –respondió, tartamudeando.

Cuando la mujer desapareció en el interior de la estación, él volvió a mirar a su alrededor por la plaza, en busca de Katia. Katia no era una supermodelo, pero era mucho más atractiva para él que cualquier otra mujer. Justo cuando empezaba a pensar que no iba a aparecer, la vio acercarse por la pequeña calle de Suger, que discurría entre dos muros altos. Por un momento, él tuvo la sensación de que ella estaba en otro



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