Rebelión en la granja (trad. María José Martín Pinto) by George Orwell

Rebelión en la granja (trad. María José Martín Pinto) by George Orwell

autor:George Orwell [Orwell, George]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 1945-01-01T00:00:00+00:00


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Durante todo aquel año, los animales trabajaron como esclavos, aunque estaban contentos en su trabajo; no escatimaron esfuerzo ni sacrificio, plenamente conscientes de que todo lo que hacían era para su propio beneficio y para el de aquellos de su clase que viniesen tras ellos, y no para un hatajo de holgazanes y ladrones humanos.

A lo largo de toda la primavera y el verano, trabajaron sesenta horas a la semana, y en agosto Napoleon anunció que también tendrían que trabajar los domingos por la tarde. Este trabajo era estrictamente voluntario, pero cualquier animal que se ausentara, vería sus raciones reducidas a la mitad. Aun así, resultó necesario dejar algunas tareas sin hacer. La cosecha fue algo peor que la del año anterior y dos campos que se deberían haber plantado de tubérculos a primeros de verano no se sembraron porque no se había terminado de arar con la suficiente antelación. Era posible prever que el próximo invierno sería difícil.

El molino presentó dificultades inesperadas. Había una buena cantera de piedra caliza en la granja y se había encontrado gran cantidad de arena y cemento en un edificio anexo, de manera que tenían a mano todos los materiales. Pero el problema que los animales no pudieron resolver en un principio era la manera de cortar la piedra en trozos del tamaño adecuado. No parecía haber modo alguno de hacerlo más que con picos y palancas, que ningún animal podía usar porque ninguno de ellos era capaz de mantenerse sobre las patas traseras. Solo tras semanas de esfuerzos en vano, se le ocurrió a alguien la idea acertada; concretamente, utilizar la fuerza de la gravedad. Rocas enormes, demasiado grandes para ser utilizadas tal como eran, yacían por todas partes en la fosa de la cantera. Los animales las ataban con cuerdas y después, todos juntos, vacas, caballos, ovejas y cualquier animal que pudiera sujetar la cuerda –a veces incluso los cerdos se unían en momentos críticos– tiraban de ellas con desesperante lentitud para hacerlas subir por la pendiente hasta alcanzar la cima de la cantera, desde donde eran despeñadas dejándolas caer por el borde para que se hicieran pedazos al llegar abajo. Transportar las piedras una vez que se habían roto era relativamente simple. Los caballos se las llevaban en carretadas, las ovejas las arrastraban bloque a bloque, y hasta Muriel y Benjamin se acoplaron a un carro pequeño, del tipo vagoneta e hicieron su parte. Para finales de verano habían acumulado una reserva suficiente de piedras y entonces dieron comienzo a la construcción bajo la supervisión de los cerdos.

Pero era un proceso lento y laborioso. Con frecuencia, tardaban todo un día de agotador esfuerzo en arrastrar una sola roca hasta el borde de la cantera, y a veces, cuando la empujaban para que cayese no llegaba a romperse. No habrían conseguido nada sin Boxer, cuya fuerza parecía equiparable a la de todos los demás animales juntos. Cuando la roca empezaba a deslizarse y los animales gritaban de desesperación al verse arrastrados colina



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