Proyecto Zero by Daniel Sánchez Cantero

Proyecto Zero by Daniel Sánchez Cantero

autor:Daniel Sánchez Cantero [Sánchez Cantero, Daniel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2021-12-11T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 28

Una extracción

AFGANISTÁN, 2007

Todo sucedió muy rápido: la bala que impactó contra la cara de Bahir Hamad a ochocientos cincuenta y tres metros; el cuerpo del terrorista que cayó al suelo con sendos agujeros en el cráneo; la masa encefálica que salía por el orificio posterior en forma de cráter; el sonido del disparo, casi dos segundos después del impacto, que alertó al resto de insurgentes; los disparos al aire de los AK-47 de los yihadistas enfurecidos; y la bujía, dentro del motor de los todoterrenos, haciendo explotar la gasolina y el aire y provocando el movimiento del pistón, que a su vez originaría el desplazamiento de los vehículos, cuyos ocupantes buscarían sin descanso a los asesinos de su líder.

Javier Silva se incorporó a toda prisa del suelo sobre el que llevaba recostado más de cinco horas. El teniente recogió la mochila, el arma y se preparó para echar a correr, apremiando a su observadora para que se incorporara. Solo que su compañera ya no podía oírlo.

—¡Vamos, Ana! Tenemos que irnos, ¿qué haces ahí? —Silva se dio la vuelta y se acercó a su mujer—. Se acabó, vamos; está muerto.

Javier le dio un suave toque en la espalda. La subteniente Ramos estaba inmóvil, boca abajo.

—Ana… —susurró—. ¿Estás bien?

Silva giró su cuerpo con toda la delicadeza que fue capaz de reunir en aquellos momentos. Antes de tocarla estaba muy asustado, pero cuando vio su cara se quedó helado: Ana tenía el labio caído, casi como esbozando una sonrisa macabra, la mejilla descolgada y el párpado derecho casi cerrado. Intentaba articular palabras, aunque parecía que le costaba horrores:

—Colegio… tu calle… vas trotando…

—¿Qué? —le preguntó Silva—. No hables, cariño; te vas a poner bien.

Javier dejó su mochila y su fusil en el suelo. Ana intentaba levantarse, pero el lado derecho de su cuerpo estaba completamente paralizado. Silva la cargó sobre sus hombros en una maniobra que habían entrenado cientos de veces para el transporte de heridos, aunque nunca pensó que la utilizaría con ella. El brazo y la pierna de Ana rodeaban su cuello por la parte delantera, inmovilizando uno de los brazos de Silva, pero dejando libre su mano diestra para portar la pistola. Ante un enfrentamiento tendrían una mínima posibilidad.

Bajó la ladera a toda velocidad; más bien, a la rapidez que le permitían las piernas, ya que debía andar sobre guijarros sueltos mientras portaba el cuerpo prácticamente inerte de su mujer. Consultó el reloj; habían pasado nueve minutos desde la llamada por radio, así que tenía once para llegar hasta el punto delta, situado en un descampado abierto, rodeado de una arboleda, en un valle que se encontraba aproximadamente a un kilómetro de su posición. Para llegar hasta él, primero tenía que cruzar el desfiladero. Silva no sabía en qué dirección habían ido los insurgentes. Les llevaba ventaja, pero, una vez llegaran al desfiladero, quedaría expuesto.

—Ja… vo… volarte… contento… —dijo Ana.

—Tranquila, ya queda poco —la tranquilizó Javier—. Te van a ayudar, te pondrás bien.

Su cabeza no podía ni considerar que Ana no saliera de esta.



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