Proyecto Onírica by Alberto Rueda

Proyecto Onírica by Alberto Rueda

autor:Alberto Rueda [Rueda, Alberto]
La lengua: spa
Format: epub, azw3
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2018-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Aparté con el pie las cajas de cartón que obstaculizaban mi paso y asomé la cabeza suplicando no encontrarme un paisaje demasiado amargo. La realidad, aunque a esas alturas ya creía estar preparada para lo peor, hizo que los dispersos pedazos de mi alma se desintegraran por completo. Mi apartamento era un fiel reflejo de la inmensa escombrera en la que la ciudad y el mundo se habían convertido, el escenario de una guerra devastadora que nos habíamos inventado para autodestruirnos.

Caminé por lo que antaño había sido mi salón, ahora una suerte de charca techada de olor rancio y desagradable. El sofá estaba cubierto de mugre y basura. Los cojines, reventados, escupían jirones de espuma sobre desperdicios en descomposición. Reconocía algunos envases y envoltorios. Estuvieron en mi congelador y en mis armarios tan solo unos días atrás. Había cristales rotos por el suelo, muchos de ellos provenientes de las ventanas. La televisión había sido arrojada contra la pared, la lámpara arrancada del techo, los muebles quemados… Me acerqué a la cocina. No había un palmo donde pisar en el que no hubiese un trozo de plato o de vaso, o un cubierto. Me agaché y cogí un cuchillo, por si acaso. Seguí caminando hasta el baño, pero no tenía que haberlo hecho. La bañera estaba llena de un agua tan amarronada que parecía llevar un siglo estancada. El lavabo había sido golpeado con algún objeto contundente hasta quedar hecho añicos. Preferí no arrimarme al inodoro.

Junto al armario de mi habitación hallé la vieja caja de galletas que desde niña usaba para esconder mis tesoros y que conservaba con mucho cariño. La abrí y encontré varios sobres que nadie había considerado interesantes o dignos de romper. Eran blancos y no tenían nada escrito, aunque los reconocía bien; contenían los análisis que me iba realizando periódicamente en el hospital. Saqué el informe de uno de ellos, pero lo que encontré difería por completo de lo esperado. Repetí la operación con un par de ellos más y comprobé que guardaban lo mismo: justificantes de ingresos mensuales remitidos por Albiorix Corporation entre finales de 2012 y principios de 2014. Coincidía con el periodo que había estado trabajando en el hospital. Noté un nudo en el estómago. Retiré todos los sobres y los arrojé, llena de rabia, lejos de mí.

Y en ese momento me reencontré con él. El colgante. Aquel colgante que Diana me había regalado con todo su amor, hecho con una concha, piedrecitas y un cuarzo redondo imitando un sol radiante. «Me lo pondré cuando te cures», le había dicho. El cordón seguía entrelazado tal y como ella lo había dejado aquel día. «Me lo pondré cuando te cures», le prometí. Pero nunca lo había estrenado. Me temblaron los párpados; mi cabeza empezó a dar vueltas; me faltaba el oxígeno. Grité. Grité infecta de ira e impotencia. Grité tan alto que podrían haberme oído desde las estrellas. Me puse a golpear con los puños las paredes de mi habitación hasta que se rompieron los nudillos.



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