Postales del Este by Reyes Monforte

Postales del Este by Reyes Monforte

autor:Reyes Monforte [Monforte, Reyes]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2020-02-29T16:00:00+00:00


* * *

El concierto del domingo 2 de abril fue uno de los mejores que la orquesta de mujeres ofreció en el campo. Todo había salido a la perfección, como si directora, orquesta y público se hubieran unido en una comunión hermética y fastuosa en la que nada podía fallar. Y no lo hizo. Fueron más de dos horas de interpretación ininterrumpida, más un pequeño concierto exclusivo para las autoridades del campo, en el que no faltaron Maria Mandel, Irma Grese, Josef Mengele… Estaban todos, incluso la SS-Aufseherin Margot Drexler —una de las adláteres de Maria Mandel, con la que formaba la temida terna de Birkenau junto a Irma Grese—, que, sin embargo, no disfrutaba de la orquesta de mujeres como lo hacía el resto, por considerarla una pérdida de tiempo, un frivolidad, un gasto absurdo que no reportaba fruto alguno y que privaba a sus integrantes de realizar trabajos forzados, que era para lo que teóricamente se las habían enviado. Pero era la Bestia quien mandaba, y Drexler no podía hacer nada más que ausentarse, si así lo deseaba. Aun así, aquel domingo quiso estar presente, y lo más curioso fue que pareció disfrutar de la música. Nadie daba la impresión de estar cansado ni con ganas de abandonar el mundo que recogían las partituras.

Al término del concierto, Ella vio cómo Alma se dirigía a la oficina de Maria Mandel. Esperó un tiempo prudencial a que saliera de allí, deseando ver su reacción y que esta pareciera alentadora, pero la salida se demoraba y optó por regresar al Bloque de Música. Había decidido retomar la escritura de las postales y las fotografías. La promesa que le hizo a Joska había durado una semana, pero estaba segura de que él lo entendería.

El lápiz que le había regalado Fania permanecía en uno de los bolsillos de la chaqueta de su uniforme de miembro de la orquesta; los bolsillos, un privilegio prohibido para el resto de los presos. Se palpó el dobladillo de su falda que estaba vacío, pero en el que pronto habría escondida una nueva postal o una fotografía. Tenía mucho que escribir, que revivir, muchos nombres y situaciones que forzar a un recuerdo futuro. Hacía un buen día, a pesar de no tener noticias de Joska. Esperaría, como parecían esperar las nubes que empezaban a confabularse para arrebatarle el brillo al sol que, de momento, resistía estoico. Al igual que el astro rey, Ella tenía una extraña sensación de calma, aunque intuyera una presencia cercana claramente amenazante.

Después de unas horas, Alma Rosé entró en el Bloque de Música. Su cara lo decía todo. Su gesto confirmaba que la confesión que le hizo a Ella la tarde anterior en su despacho se había validado tras la visita a la oficina de Mandel. Fue la primera en sonreír de todas las presentes, que enseguida conocieron la noticia de boca de la propia directora.

—En unos días saldré del campo. Voy a actuar para la Wehrmacht.

La reacción fue sucediéndose en cadena, como cabía



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