Percy Jackson y los dioses griegos by Rick Riordan

Percy Jackson y los dioses griegos by Rick Riordan

autor:Rick Riordan [Riordan, Rick]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Fantástico, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2014-08-19T04:00:00+00:00


Atenea adopta un pañuelo

Hace como un millón de páginas mencioné a la primera mujer de Zeus, la titánide Metis. ¿Os acordáis de ella? Yo tampoco, he tenido que volver atrás para buscarlo. Con tantos nombres, que si Metis, que si Tetis, que si Temis, que si Tetris… intentar recordarlos da dolor de cabeza.

En fin, os hago un resumen:

En anteriores episodios de Los verdaderos dioses del Olimpo: Metis estaba embarazada del bebé de Zeus. Según una profecía, el bebé sería una niña, pero si Metis y Zeus tenían otro hijo, sería un niño que al hacerse mayor ocuparía el lugar de Zeus. Al enterarse, Zeus hizo lo más lógico del mundo: asustarse y tragarse entera a su mujer embarazada.

¡Tachán!

¿Qué pasó después?

Bueno, los inmortales no mueren, ni siquiera cuando los ingieren otros inmortales, así que Metis dio a luz a su hija allí mismo, dentro de la tripa de Zeus. (Os doy permiso para vomitar. O esperad un poco, que la cosa empeora por momentos…).

Metis, con el tiempo, se convirtió en pensamiento puro, ya que de todos modos era la titánide de los pensamientos profundos. Quedó reducida a un incordio de vocecita dentro de la cabeza de Zeus.

En cuanto a su hija, creció dentro del cuerpo de Zeus igual que los primeros olímpicos habían crecido dentro del de Cronos. Una vez que se hizo adulta (una adulta pequeñita, supercomprimida y muy incómoda), empezó a buscar la manera de escapar de allí. Ninguna de las opciones parecía factible. Si salía por la boca de Zeus, todos se reirían de ella y dirían que la había vomitado. Aquello era poco digno. Si seguía por el tubo digestivo de Zeus en dirección contraria… ¡Ni de coña! Aquello era todavía más asqueroso. Era una diosa joven y fuerte, así que quizá pudiera salir reventándole el pecho a Zeus, pero entonces todos la tomarían por uno de los monstruos de Alien, y tampoco era la clase de entrada que buscaba.

Por fin tuvo una idea: se transformó en pensamiento puro —un truquito que le había enseñado su madre, Metis— y viajó por la médula espinal de Zeus hasta su cerebro, donde volvió a tomar forma. Se puso a patalear, golpear y gritar dentro del cráneo de su padre, haciendo todo el ruido que pudo. (Seguramente porque allí tendría mucho sitio para moverse, dado el escaso tamaño del cerebro de Zeus; no le digáis que he dicho eso…).

Como os podéis imaginar, a Zeus le dio un dolor de cabeza atroz.

Con tanto follón allí dentro no pegó ojo en toda la noche. A la mañana siguiente, entró tambaleándose en el comedor e intentó desayunar, pero no dejaba de hacer muecas, de gritar y de golpear la mesa con el tenedor mientras gritaba:

—¡¡Para, para, para!!

Hera y Deméter se miraron con cara de preocupación.

—Estooo, esposo mío, ¿va todo bien? —preguntó Hera.

—¡Dolor de cabeza! —bramó Zeus—. Un dolor de cabeza horrible, ¡horrible!

Como para demostrarlo, el señor del universo estrelló la cara contra las tortitas, lo que destrozó las tortitas y el plato y dejó una buena grieta en la mesa, aunque no le alivió el dolor de cabeza.



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