Otra aventura de los cinco by Enid Blyton
autor:Enid Blyton [Blyton, Enid]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Infantil, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1943-06-12T04:00:00+00:00
Capítulo 10
Un contratiempo para Jorge y Timoteo
A la mañana siguiente había que volver a dar clases ¡sin Timoteo debajo de la mesa! Jorge acariciaba la idea de no acudir, pero ¿es que iba a conseguir algo con ello? Tenía miedo a las personas mayores. Éstas podrían castigarla del mejor modo que les pareciera. En realidad, no es que le importara mucho que la castigaran a ella. Lo que no podía soportar era la idea de que también castigasen a Timoteo.
Pálida y sombría, la muchachita no tuvo otro remedio que sentarse a la mesa con los demás. Ana estaba muy contenta de volver a dar clases. En realidad, todo lo que representara agradar al señor Roland la ponía contenta: ¡éste le había regalado por fin la muñeca-hada que había en la parte más alta del árbol navideño! Para Ana era la muñeca más bonita que había visto en su vida.
Jorge se enfurruñó cuando Ana le enseñó la muñeca. No le gustaban nada las muñecas… ¡Y mucho menos la que el señor Roland había escogido para regalársela a Ana! Pero Ana estaba muy contenta y agradecida, y había decidido dar clases, como los demás, con todo su entusiasmo y aprender lo más que pudiera.
Jorge se aplicó en las clases lo menos que pudo. Sólo lo indispensable para que no la riñeran. El señor Roland no demostró gran interés hacia ella ni hacia su trabajo. Estaba ensimismado con las lecciones de los demás, y entregado en cuerpo y alma a enseñarle a Julián ciertos detalles que éste no acababa de comprender.
Durante las clases, los chicos podían oír los tristes lamentos que profería Timoteo desde el jardín. Esto los llenaba de congoja, pues a Timoteo lo consideraban un autentico camarada y lo querían tanto como se querían entre ellos. No podían soportar el pensamiento de saberlo en la perrera del jardín pasando frío. Cuando se suspendieron las clases para el almuerzo durante diez minutos y el señor Roland salió de la habitación, Julián le dijo a Jorge:
—¡Jorge! Es horrible para nosotros oír los lamentos de Timoteo con el frío que hace ahí fuera. Y estoy seguro de que de vez en cuando tose. Voy a hablar de ello al señor Roland. Tú debes de estar apenadísima.
—Sí, creo que yo también lo he oído toser —dijo Jorge abrumada—. A lo mejor se resfría. Y él no tiene la menor idea de por qué le hacemos eso. Debe de pensar que yo soy terriblemente mala.
La muchacha volvió la cabeza, temerosa de que afloraran lágrimas a sus ojos. Ella tenía a gala no llorar nunca, pero resultaba muy difícil contener las lágrimas sabiendo que Timoteo estaba a la intemperie pasando frío.
Dick le cogió el brazo.
—Escucha, Jorge: sé que odias al señor Roland y que desde luego no puedes evitarlo. Pero ninguno de nosotros podemos resistir el pensamiento de que Timoteo esté ahí fuera pasando frío, hoy precisamente que parece que va a nevar. Eso sería terrible para él. ¿No podrías portarte muy bien y ser muy simpática
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