Odio by Ismael Lozano Latorre

Odio by Ismael Lozano Latorre

autor:Ismael Lozano Latorre
La lengua: spa
Format: epub
editor: Editorial Siete Islas
publicado: 2022-10-29T11:01:22+00:00


CAPÍTULO VII

Sábado, 2 de octubre

Lo llamaban la ronda. Periódicamente, los integrantes de las juventudes del PUS se reunían por la noche y daban vueltas por los barrios más conflictivos para velar por la seguridad de los ciudadanos dentro de su plan de salvar la ciudad. Ignacio Romero los había animado a constituir aquellas patrullas para que la gente percibiera que su interés por ayudarlos era cierto, aunque en realidad, cuando se reunían, de los que había que tener miedo era de ellos.

La última vez que se habían juntado, la noche había sido mítica. Jesús Rodríguez y sus colegas todavía se reían y se pavoneaban de lo que habían hecho.

Salieron de ronda por Triana, recorrieron la calle Betis y saludaron a la Torre del Oro al pasar. A eso de las dos de la mañana, vieron a una chica morena perseguida por un moro y la quisieron ayudar.

—Tranquilos —les dijo la joven cuando los vio llegar—. Es mi novio. Hemos discutido y me estaba acompañando a casa, por eso venía detrás de mí.

Pero a Jesús Rodríguez y sus amigos, esa explicación no les pareció suficiente. ¿De verdad un moro de mierda como ese se estaba follando a semejante pibón? ¿No tenían suficiente con vivir de las ayudas del Estado? ¿También iban a robarles las mujeres?

—Ven con nosotros —le ordenó al chico, que pedía por favor que los dejaran tranquilos—. Que te vamos a enseñar modales para que aprendas cómo hay que tratar a una española.

La pandilla se llevó al árabe a rastras ante las protestas de su novia y lo montaron en un coche. Le pusieron una bolsa en la cabeza para que no supiera hacia dónde se dirigían y aparcaron en un descampado detrás de la Isla de la Cartuja. Bajaron al chico a empujones y lo sentaron en una silla de playa. Cuando le quitaron el saco de la cabeza, los focos del coche lo deslumbraban y no podía ver.

Lo insultaron, le gritaron, lo desnudaron y, cuando el joven estaba llorando y suplicando que lo dejaran marchar, sacaron una tarrina de manteca de cerdo y comenzaron a untarle con ella la cara. Jesús Rodríguez no paraba de reír cuando Lucas, haciendo gala de su habitual bravuconería, se llenaba la mano de trozos de carne y le obligaba a metérselos en la boca.

—Traga —le ordenaba—. Cómete el cerdo si no quieres que te demos de hostias. ¿No quieres ser español y follarte a nuestras mujeres? ¡Pues sigue nuestras costumbres! ¡Y cuidadito con las arcadas! —le advirtió amenazante—. Que si vomitas vamos a hacer que te comas el vómito.

El vídeo que habían grabado lo habían reproducido miles de veces, incluso se lo habían mandado a Ignacio Romero por WhatsApp. Se había reído mucho con la ocurrencia.

—Pero procurad que no se os vea la cara cuando hagáis estas cosas —les había advertido su líder—. No quiero que ninguno tenga un problema. Compraos caretas.

La noche del dos de octubre era una noche especial. Jesús Rodríguez y sus amigos habían admitido a un nuevo miembro, aunque no estaban convencidos del todo.



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