Obras Vol. 2 by Prudencio Clemente Aurelio

Obras Vol. 2 by Prudencio Clemente Aurelio

autor:Prudencio Clemente Aurelio [Clemente Aurelio, Prudencio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Espiritualidad
editor: ePubLibre
publicado: 0400-01-01T00:00:00+00:00


35 Cuando con estas palabras hubo desviado a su pueblo de la ruta izquierda y les indicó que siguieran la llamada del camino de la derecha[422]

y se ofreció como guía de la senda recta, despreciando los vericuetos, el mismo que antes promovía el error,

se presenta ante el desquiciado gobernante que por entonces maltrataba a los cristícolas por el estuario del Tíber[423]. 40

En efecto, aquel día éste había abandonado Roma para batir con su azote los pueblos vecinos,

no contento con teñir de continuas matanzas de justos el suelo intramuros de la alta Roma[424].

Al ver que el Janículo, los foros, los Mascarones[425] y la 45 Suburra estaban ya empapados y rebosaban de riadas de sangre,

había extendido su rabia hasta la orilla de la costa tirrena y lugares más cercanos al puerto marítimo.

Estaba sentado entre sus matarifes y el coro de sus ofíciales, 50 bien alto en un estrado que habían levantado,

y ardía en deseos de hacer abjurar a los discípulos de la fe, rebeldes a la abominable idolatría.

Había ordenado que frente a él se alinearan las filas de hombres con el pelo crecido de su larga estancia en la cárcel, para someterlos a terrible tortura.

55 De un lado rechinaba el arrastrar de cadenas, de otro los azotes del látigo; crepitaba al unísono el fragor de las fustas,

el garfio, clavado en la hueca estructura de las costillas, abría profundas hendiduras y desgarraba el hígado.

60 Cansados los torturadores, iba ya el juez empezando a rugir y ponerse furioso por lo vano del interrogatorio,

pues nadie entre los siervos de Cristo se halló que, en medio de tan hondos quebrantos, osara mancillar su alma.

Entonces, enfurecido, dice el instructor: «Verdugo, deja ya el gancho; si es vano el interrogatorio, adelante con la muerte.

65 A éste, córtale la cabeza; que a ése una cruz lo eleve a los vientos[426] y ofrezca a las aves sus ojos vivos;

a éstos arrástralos a empellones y, atados, échalos al fuego; que se alce una pira que, ella sola, pueda devorar a muchos condenados.

Ahí tienes a esos otros; apresúrate a colocarlos en un esquife 70 agrietado[427] y empujarlos a las profundas aguas de alta mar.

Cuando éste, mal ensamblado, los haya transportado por medio del ponto enfurecido y zozobre, batido por la hinchazón de las aguas,

que su entramado de tablas se separe y descomponga la quilla podrida y trague y beba por doquier el naufragio.

Una alimaña recubierta de escamas, con el estómago pesado 75 por la ingestión de sus cadáveres, les proporcionará sepulcro en la sentina de su vientre».



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