Nunca juzgues a una dama por su apariencia by Sarah MacLean

Nunca juzgues a una dama por su apariencia by Sarah MacLean

autor:Sarah MacLean
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántica histórica, Romántica hisótorica victoriana, Jane Austen
editor: Ediciones Versátil
publicado: 2018-02-22T00:00:00+00:00


Capítulo 13

'… En realidad hay pocas estrellas que brillen la mitad de lo que reluce esta temporada nuestra maravillosa lady G. Su brillo crece cada vez que aparece en un evento, y no tenemos duda alguna de que los solteros elegibles de la sociedad con deseo de pasar por el altar han tomado debida nota. En cuanto a lord L., parece que se han vuelto inseparables…'.

'…En los más tristes rincones de los salones de baile hemos hallado recientemente a un pobre corderito perdido, lady S., que antaño era acogida con el despiadado grupo de elegidas de la temporada y ahora se ha visto exiliada por pecados que no logramos imaginar. Sin embargo, tenemos puestas todas nuestras esperanzas en su resurrección, puesto que la hemos visto bailando con el marqués de E…'.

En las páginas de cotilleos del Courant Semanal, 1 de mayo de 1833.

La casa de Duncan era enorme y magnífica. Cada centímetro estaba decorado a la altura de la moda imperante. Georgiana permaneció de pie en el vestíbulo de mármol y giró lentamente sobre sí misma para admirar los altos techos y la amplia escalinata curva que conducía a los pisos superiores de la mansión.

—Es preciosa —comentó, volviéndose hacia él—. Jamás había visto una casa tan bien diseñada.

Él se apoyó en una columna de mármol cercana y cruzó los brazos antes de centrar su mirada en ella.

—Nos protege de la lluvia.

—Hace algo más que eso —se rio ella.

—Es una casa, nada más.

—Enséñamela.

Él señaló con una mano las puertas en el otro extremo del vestíbulo.

—Sala de visitas. Sala de visitas. Comedor del desayuno. —Hizo una pausa—. Todavía no sé por qué necesitamos tantas habitaciones. —Indicó un largo pasillo que conducía a la parte trasera de la casa—. Las cocinas y la piscina están hacia allí. El comedor y el salón los verás en el piso de arriba. —Duncan volvió a mirarla a ella—. Las alcobas son preciosas, merecen una inspección personal.

Ella soltó una risa al notar su impaciencia.

—¿Tienes una piscina?

—Sí.

—Imagino que eres consciente de que una piscina no es algo habitual en una mansión londinense.

—No será habitual en Londres —replicó él, encogiendo los hombros—, pero a mí me gusta estar limpio, y además es un excelente deporte.

—Le pasa a muchos hombres. Por eso se bañan.

Él arqueó una ceja.

—Yo también me baño.

—Me gustaría verla.

—¿Te gustaría ver cómo tomo un baño? —Duncan parecía emocionado por la idea.

Volvió a reírse.

—No. Pero me gustaría ver tu piscina.

Él consideró negarse, lo vio en sus ojos. Después de todo, un recorrido por su casa no era parte de la agenda acordada para la noche. Pero se mantuvo firme hasta que él le cogió la mano con la suya —cálida, grande y áspera tras años de trabajo— y la guio a través de la casa por el oscuro pasillo y las cocinas.

Llegaron hasta una puerta cerrada y él puso la mano en el picaporte y la miró a los ojos al tiempo que la abría. Le indicó que entrara en la habitación escasamente iluminada.

Ella



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