Nunca fuimos a Katmandú by Lola Mariné

Nunca fuimos a Katmandú by Lola Mariné

autor:Lola Mariné
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Variada
publicado: 2010-08-09T22:00:00+00:00


Al día siguiente, sólo Ruth se levantó temprano. Renunció a despertar a sus compañeras ya que desde la cama las había oído conversar y reírse hasta que se quedó dormida, por lo que decidió irse a la playa sola suponiendo que necesitarían descansar toda la mañana. Y en efecto, las otras tres coincidieron en la cocina hacia el medio día, aturdidas y sin demasiadas ganas de hablar.

—¿Te acuerdas cuando nos pasábamos toda la noche de juerga y después nos dábamos una ducha y nos íbamos a trabajar directamente, Elena? —preguntó Laura con cierta nostalgia.

Elena hizo un gesto afirmativo con la cabeza y emitió algún tipo de sonido mientras daba cuenta de un enorme vaso de zumo de naranja y trataba de mantener sus ojos abiertos.

—Sí—suspiró Gloria sentándose a la mesa con una taza de café—. Los años no perdonan: una noche de juerga y dos días para recuperarse.

Las tres rieron resignadas.

—¡Buenos días!—saludó Ruth alegremente irrumpiendo en la cocina.

—No grites, por favor...—suplicó Laura llevándose las manos a la cabeza.

—Perdón—rectificó Ruth, sonriendo burlona, y bajando la voz hasta convertirla en un susurro—. Me ducho y os preparo una buena ensalada, porque creo que es lo único que vais a poder comer hoy.

—¿Se está riendo de nosotras?—preguntó Gloria cuando Ruth salió.

Elena se encogió de hombros con indiferencia y las tres volvieron a quedarse ensimismadas y en silencio.

Aquel día los planes previstos no se cumplieron. Ninguna de las tres estaba para playas ni paseos por el pueblo. Después de comer, una reparadora siesta las ayudó a acabar de recuperarse del todo y por la noche estaban como nuevas, pero se cuidaron muy bien de no pasarse de nuevo con la bebida.

—¿Os importa que me fume un “peta”?—preguntó Ruth con naturalidad después de cenar.

—A mí me da igual—respondió Elena.

—A mí tampoco me importa...—dijo Gloria sin demasiada convicción, por no parecer anticuada.

—No sabía que fumaras—observó Laura con cierto recelo, preguntándose si su hija también lo haría, sin que ella lo supiera.

—Sólo un “porro” de vez en cuando—confirmó Ruth mientras ponía sobre la mesa un paquete de tabaco, papel de fumar y una cajita negra, y se disponía a prepararlo.

—¡Hace siglos que no me fumo uno!—dijo Elena observando como Ruth mezclaba la hierba y el tabaco con destreza— ¿Te acuerdas, Laura?

—¡Ah! ¡Así que también fumabais...!—intervino Ruth con sorna lanzándoles una mirada divertida.

—Bueno, le dábamos una caladita de vez en cuando porque toda la pandilla lo hacía...—se justificó Laura.

Ruth encendió el cigarrillo de marihuana e hizo varias aspiraciones cortas para que prendiera bien. Después le dio una profunda calada y se lo ofreció a Elena con una sonrisa cómplice. Ella lo tomó entre el pulgar y el índice con cierta cautela, aspiró levemente y se lo pasó a Laura.

—No, yo paso—dijo Laura arrugando la nariz—. A mí me da nauseas...

Elena se lo ofreció entonces a Gloria que lo cogió con aire mundano.

—Yo no lo he probado nunca—dijo encogiéndose de hombros—, pero para todo hay una primera vez.

Imitó a sus amigas y se lo devolvió a Ruth. El ritual



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