No lo haré bien: cómo aprendimos las mujeres a no confiar en nosotras mismas by Emma Vallespinós

No lo haré bien: cómo aprendimos las mujeres a no confiar en nosotras mismas by Emma Vallespinós

autor:Emma Vallespinós [Vallespinós, Emma]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 2023-03-01T00:00:00+00:00


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MUJERES Y PODER

Una foto mostraba en Twitter a tres mujeres alrededor de una mesa baja con café, agua, zumos y pastas de té. Sonreían y parecían hablar distendidas. Pero no eran tres colegas de afterwork, no, eran la presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola; la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. La primera de ellas la publicó el 14 de febrero de 2022 acompañada de la frase: For every girl in Europe #believe («Para todas las niñas de Europa. #Creed»). Las tres mujeres que presidían las instituciones europeas más importantes se habían reunido en el Parlamento Europeo. Era la primera vez, de ahí el simbolismo de aquella imagen, que tres mujeres estaban al frente de estas instituciones.

Las españolas no conocimos gobiernos paritarios hasta 2004, en la octava legislatura de la democracia, presidida por el socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Las fotografías de las legislaturas previas, especialmente de las primeras, son un cuadro. Todo un homenaje al señor con traje chaqueta. Los hay altos, bajos, miopes, calvos, engominados y alguna media melena. Mujeres, no. La primera ministra de la democracia, Soledad Becerril, ocupó la cartera de Cultura en diciembre de 1981. Duró un año. En el primer gobierno de Felipe González volvieron a ser todo hombres. For every man in Spain, podría haber sido el pie de foto.

Claro que en 2004 hacía poco más de setenta años que las mujeres habían conquistado el derecho al voto en España. Las españolas, las mayores de 23 años, pudieron votar por primera vez en las elecciones generales celebradas el 19 de noviembre de 1933. Y lo hicieron gracias a otra jornada histórica, la del 1 de octubre de 1931, el día en el que el sufragio femenino fue aprobado como artículo en la Constitución de la República. Y fue gracias también a una mujer, Clara Campoamor, que defendió con éxito este derecho en las Cortes Constituyentes de la Segunda República. Como escribe el periodista Isaías Lafuente en su libro Clara Victoria[76]: «Clara Campoamor fue el motor de la mayor revolución democrática que se ha producido nunca en nuestro país. Una revolución incruenta conquistada con las armas de la palabra y de ideas asentadas en firmes convicciones que defendió siempre con valentía y tenacidad. No fue la primera ni lo hizo en soledad, aunque los suyos le dieran la espalda. Pero su voz fue la de la conciencia democrática frente a quienes dudaban o defendían el mantenimiento de la aristocracia del poder masculino, frente a todos aquellos hombres, y una sola mujer, que enarbolaron la bandera de la igualdad en la hora de las promesas y la plegaron cuando llegó el tiempo de los compromisos».

Los diputados que estaban en contra del voto femenino esgrimían que las mujeres estaban poco preparadas, que eran influenciables, dóciles, con poco criterio. Paciencia, pedían. También la pedía la otra mujer que tenía escaño en aquel Parlamento y protagonizó, junto a Campoamor, aquel debate: Victoria Kent, que consideraba que era demasiado pronto, que el sufragio de las mujeres tenía que esperar un poco más.



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