No era a esto a lo que veníamos by María Bastarós

No era a esto a lo que veníamos by María Bastarós

autor:María Bastarós [Bastarós, María]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2021-11-01T00:00:00+00:00


II

No la despiden de forma explícita, pero desde luego la obligan a marcharse. Es una expulsión paulatina, sistemática, que tarda semanas en ejecutarse. Cuando su cese es ya inminente, renuncia a su beca —le costó mucho esfuerzo conseguirla, pero la ha malogrado de la peor forma—, recoge su mesa, mete sus libros en una caja y se despide de la única profesora que se acerca a decirle adiós. Es la profesora de Barroco, que le aprieta el hombro de la misma forma en que lo hizo con la mujer del Mentor. Mientras abandona la facultad, el hombro le arde como si llevara enroscada una medusa. En su apartamento, sin ni siquiera acabar de cerrar la puerta, saca los libros de la caja y los sitúa en los huecos de las estanterías, donde algunos son demasiado grandes para encajar y el lomo sobresale, proyectando sombras hostiles sobre el suelo. Uno en concreto —Iconografía del Arte Cristiano de la P a la Z, de Louis Reau— parece no encajar en ninguno de los espacios disponibles. Lo intenta una y otra vez hasta que se queda con el libro en la mano, incapaz de posarlo en ningún sitio que no sea el apropiado —la dichosa estantería—, y siente cómo el ardor del hombro penetra en los nervios interiores del brazo y se extiende hasta las puntas de los dedos con las que sujeta el libro. Entonces es cuando llega La Cosa, esa cosa que ella inicialmente no comprende pero que resulta ser su primera crisis de pánico. Es la inaugural, la más imprevista, pero no la última. Siempre había pensado que, durante esas crisis, los pulmones se cierran y bloquean la entrada del aire, impidiendo respirar. Pero lo que siente se parece más a un exceso de oxígeno dentro del cuerpo, a una sobredosis de aire, mucho más del que es capaz de gestionar. Llama a su madre, creyendo sufrir un infarto. Ella le ordena respirar dentro de una bolsa de papel y esperar a su llegada.

Esa noche la madre duerme en su sofá, o lo intenta, mientras la oye moquear y llorar en la habitación contigua. Al día siguiente, la madre amanece llena de ideas. Debería apuntarse a un deporte nuevo, o a clases de cocina, o hacer un viaje con sus amigas. Algo que le ponga por delante un reto, que le sacuda «esos pensamientos tan feos que tiene» —así es como la madre llama a su caída en picado hacia la depresión profunda—, que la haga «valorar las pequeñas cosas de la vida que, al final, son las más importantes». Pero ella no quiere —ni podría aunque quisiera, asegura— ni hacer ni hablar ni pensar en nada ni nadie que no sea el Mentor. Cuando consigue dormir, siempre gracias al orfidal que su madre le obliga a deslizarse bajo la lengua, lo hace abrazada a los libros sobre catedrales que el Mentor le regaló, sin poder entender que sea eso, solo esos legajos de hojas cosidas, lo que le queda de él.



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