Ni todas las mujeres quieren flores ni todos los héroes llevan capa by Irene Hall

Ni todas las mujeres quieren flores ni todos los héroes llevan capa by Irene Hall

autor:Irene Hall [Hall, Irene]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2018-09-17T16:00:00+00:00


19

Salvar al soldado Eloy

Dicen que, cuando tienes a una persona metida entre ceja y ceja, comienzas a verla en todas partes. A Eloy no le hacía falta verla para notar su presencia. Mara había estado en su cuarto. El libro que leía se encontraba cerrado y, en la esquina del colchón, el nórdico tenía unas arrugas impropias de su meticulosidad a la hora de hacer la cama. Se recogió una pequeña cantidad de pelo con una goma en la coronilla y puso los brazos en jarras. Con la vista clavada en aquella esquina, reflexionó sobre lo que acababa de ocurrir.

Procuró no ser demasiado gráfico o se le pondría dura otra vez. Las fantasías en las que acariciaba, lamía o mordía las partes de Mara que le eran vetadas no eran nuevas para él. Por contra, correrse juntos mirándose directamente a los ojos había sido no sólo primigenio, sino también lo más intenso y emocionante que había vivido hasta entonces.

Eloy tenía un fetiche inconfesable, un vicio que le quitaba el sueño y una adicción continua, y todas esas cosas eran la misma. Eran Mara. Unido a ella como por un cordón invisible, volvía al cobijo de su imagen, magnética y complaciente, como por inercia, sin querer. Bueno, mentira. Sí que quería. Le encantaba, de hecho. Sabía perfectamente cómo le gustaría tocarla, con dedos ligeros y libertinos; dónde se perderían sus besos, por la constelación de lunares que salpicaba sus muslos, y cuánto desearía colmarla sin prisa y con dedicación absoluta, hasta que le doliera el cuerpo, hasta que se vaciara y de su deseo no quedaran más que cuatro gotas transparentes y sin sustancia, como agua.

Las perversidades de Eloy eran varias y se habían diversificado en la edad adulta. El problema era que su capacidad para recrearse estaba dejando de ser satisfactoria. De Mara lo quería todo. Quería que fuera su mejor amiga y su única amante. Deseaba las confidencias, las risas, las caricias, los jadeos…

Cuando decidieron compartir piso, creyó que sus oportunidades se multiplicarían como champiñones en un prado recién llovido. El tonto de él no había contado con que también tendría que lidiar con los extraños que metiera en su dormitorio. Intentó promover una ley comunal que impidiera llevar gente a casa, pero fracasó rotundamente. Una de las ventajas de aquel tipo de convivencia ajena al ambiente familiar era que podías hacer lo que te viniera en gana sin miedo al juicio moral.

Pudo disfrutar, sin embargo, de una novedosa forma de relación con Mara, la convivencia. En sus pequeñas costumbres encontraba el placer de ilusionarse con que eran algo más que amigos. Para Eloy no existían las palabras que explicaran lo que sentía cuando Mara dormitaba en el sofá y acomodaba los pies en su regazo; cuando le preparaba una taza de chocolate caliente repleta de nubes y se la dejaba entre sus montones de libros, marcadores y anotaciones, o cuando pasaban un domingo entero sin salir de casa, leyendo, cocinando y viendo series.

Eloy no tenía un perfil conquistador,



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