Nada by Carmen Laforet

Nada by Carmen Laforet

autor:Carmen Laforet
La lengua: spa
Format: epub, azw3
Tags: Drama, Histórico
ISBN: 84-8432-155-X
publicado: 2045-05-01T04:00:00+00:00


XIV

Los exámenes de aquel curso eran fáciles, pero yo tenía miedo y estudiaba todo lo que podía.

—Te vas a poner enferma —me dijo Pons—. Yo no me preocupo. El curso que viene será otra cosa, cuando tengamos que hacer la reválida.

La verdad es que yo estaba empezando a perder la memoria. A menudo me dolía la cabeza.

Gloria me dijo que Ena había venido a ver a Román a su cuarto y que Román había estado tocando sus composiciones de violín para ella. Gloria, de estas cosas, estaba siempre bien informada.

—¿Tú crees que se casará con ella? —me preguntó de improviso, con aquella especie de ardor que le comunicaba la primavera.

—¡Ena casarse con Román! ¡Qué estupidez más grande!

—Lo digo, chica, porque ella parece bien vestida, como de buena familia... Tal vez Román quiere casarse.

—No digas necedades. No hay nada entre ellos en ese sentido... ¡Vamos! ¡No seas tonta, mujer! Si Ena ha venido, puedes estar segura de que ha sido sólo por oír la música.

—¿Y por qué no ha entrado a saludarte a ti?

El corazón parecía que se me iba a saltar del pecho, tanto me interesaba todo aquello.

Veía a Ena en la Universidad todos los días. A veces cambiábamos algunas palabras. Pero ¿cómo íbamos a hablar de nada íntimo? Ella me había alejado por completo de su vida. Un día le pregunté cortésmente por Jaime.

—Está bien —me dijo—. Ahora ya no salimos los domingos. (Evitaba mirarme, quizá para que yo no notara en sus ojos la tristeza. ¿Quién podía comprenderla?)

—Román está de viaje —le dije de improviso.

—Ya lo sé —me contestó.

—¡Ah!...

Nos quedamos calladas.

—¿Y tu familia? —aventuré (parecía que no nos hubiéramos visto en muchos años).

—Mamá ha estado enferma.

—Le enviaré flores cuando pueda...

Ena me miró de un modo especial.

—Tú tienes también cara de enferma, Andrea... ¿Quieres venir a dar un paseo conmigo esta tarde? Te sentará bien tomar el aire. Podemos ir al Tibidabo.↵ Me gustaría que merendaras allí conmigo...

—¿Ya has terminado el asunto ése tan importante que tenías entre manos?

—No, aún no; no seas irónica... Pero esta tarde me voy a tomar unas vacaciones, si tú quieres dedicármela.

Yo no estaba contenta ni triste. Me parecía que mi amistad con Ena había perdido mucho de su encanto con la ruptura. Al mismo tiempo yo quería a mi amiga sinceramente.

—Sí, iremos..., si algo más importante no te lo impide.

Me cogió una mano y me abrió los dedos, para ver la confusa red de rayas de la palma.

—¡Qué manos tan delgadas!... Andrea, quiero que me perdones si me he portado algo mal contigo estos días... No es solamente contigo con quien me porto mal... Pero esta tarde será como antes. Ya verás. Correremos entre los pinos. Lo pasaremos bien.

Efectivamente, lo pasamos bien y nos reímos mucho. Con Ena cualquier asunto cobraba interés y animación. Yo le conté las historias de Iturdiaga y de mis nuevos amigos. Desde el Tibidabo, detrás de Barcelona, se veía el mar. Los pinos corrían en una manada espesa y fragante, montaña abajo, extendiéndose en grandes bosques hasta que la ciudad empezaba.



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