Muros de adobe by W. R. Burnett

Muros de adobe by W. R. Burnett

autor:W. R. Burnett [Burnett, W. R.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1953-01-01T00:00:00+00:00


XI

Tardaron dos días en bajar a Atwell de las montañas. Si hubieran ido solos, podrían haberlo hecho en cuestión de horas. Grein ardía de impaciencia y en varias ocasiones tomó la determinación de marcharse y dejar que Reb y Sin Igual llevaran al teniente a Agua Prieta. Pero a medida que pasaban las horas, Atwell fue empeorando hasta que Grein temió que no llegaría vivo, así que, como líder de la expedición, sintió que era su deber hacer todo lo posible para salvar a Atwell.

Mientras proseguían la dolorosa bajada, los tres hombres comenzaron a sentir a regañadientes cierta admiración por la capacidad de aguante de Atwell. Se derrumbó en los picos altos y lo sufrió, pero sin duda alguna ahora lo estaba compensando. Aunque su rostro estaba ceniciento y experimentaba un dolor constante, no se quejaba en absoluto, aunque hubo momentos en los que no pudo reprimir los gruñidos que parecían salir de sus labios involuntariamente. Con los dientes apretados y una mirada fija vidriosa, reprimió con amarga determinación los ataques de náuseas y desmayos que le atormentaban cuando lo montaron por primera vez a caballo y tiraron de él ladera abajo por los senderos serpenteantes y empinados desde el borde de la cuenca. Pero poco a poco este demoledor avance comenzó a resultar demasiado duro para cualquier hombre, incluso para un apache; y, cuando se aproximaban a las estribaciones más altas de los pies de las colinas, Grein advirtió que Atwell se estaba debilitando demasiado, que apenas era capaz de mantener la cabeza erguida y evitar dar cabezadas; cualquier cosa que intentaba agarrar se resbalaba de sus dedos fríos y húmedos como si estuvieran engrasados.

Grein se llevó a Reb a un lado.

—No va a llegar vivo a Agua Prieta. Tenemos que parar en San Miguel. Jemez cuidará de él hasta que yo llegue a Agua Prieta y envíe una ambulancia para recogerlo.

Reb asintió.

—Sí. Sin duda se está poniendo verde.

Fue poco antes del amanecer cuando llegaron a San Miguel, un pequeño poblado mexicano de casas de adobe en las estribaciones occidentales más bajas de la cordillera de las Big Sheep.

Grein se paró junto a Atwell y le explicó lo que iba a hacer. Atwell hizo un doloroso esfuerzo por incorporarse y escuchar. Luego asintió.

Jemez, un pequeño mexicano cubierto de harapos y aspecto de duro, salió corriendo entusiasmado de su casa para darles la bienvenida, luego su semblante se nubló cuando vio al teniente.

Grein le explicó y Jemez asintió con solemnidad.

—Tranquilo, Walter —dijo—. Puede quedarse todo el tiempo que quiera. Remedios cuidará de él como si fuera su hermano.

Mientras introducían a Atwell en la casa, Grein creyó captar fugazmente algunos equipos y una visión rápida de un abrigo azul oscuro entre las casas apiñadas al fondo de la calle. Cuando hubieron acostado a Atwell en una cama grande en una pequeña habitación encalada, Grein se llevó a Jemez aparte.

—¿Qué está ocurriendo en el pueblo?

—Unos soldados de Agua Prieta. Van detrás de los broncos, creo. Acaban de llegar de Agua. Uno de los caballos tropezó en un agujero, quedó herido.



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