Mujer Búfalo by Dorothy M. Johnson

Mujer Búfalo by Dorothy M. Johnson

autor:Dorothy M. Johnson [Johnson, Dorothy M.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1977-01-01T00:00:00+00:00


PARTE VII

VERANO, 1855

La Ruta de la Medicina Maligna

Habitantes de la tienda:

TRUENO BLANCO,

45 años, cabeza de familia

CHICA TORBELLINO,

35 años, su esposa

JINETE DE LA MAÑANA,

15 años, hijo de ambos

CHICA QUE TRAE CABALLOS,

10 años, hija de ambos

LLUEVE SOBRE ELLA,

33 años, esposa de Trueno Blanco

EL SOL SE PONE,

31 años, hermano de padre y madre de Torbellino

PEZUÑA DE CIERVO,

madre anciana de Trueno Blanco

Capítulo 14

Cada verano viajaban más hombres blancos con sus carros, bueyes, mulas y caballos hacia el oeste por la ruta que los indios llamaban la Ruta Medicina. No había nada sagrado en ella, pero había un gran misterio: ¿de dónde llegaba toda esta gente? Sin duda, no quedaba ya nadie allá de donde venían… pero cada verano llegaban más. Ellos lo llamaban la Ruta de California o la Ruta de Oregón.

Llevaron con ellos viruela y cólera, y unos sentimientos de sospecha y miedo que se convertían en odio. Todos paraban en el puesto comercial llamado Fort William y luego en Fort Laramie. Su ganado se comía la hierba, así que no quedaba nada para los caballos de los indios o para los búfalos.

En el año llamado 1849 por los cálculos del hombre blanco, las caravanas de emigrantes habían dejado a su paso tal devastación en un área tan amplia que inmensas manadas de búfalos ya no cruzaban la Ruta Medicina. Algunos pastaban al sur y otros al norte, y a los indios les resultaba más difícil cazar para obtener carne y pieles. Intentaban asustar a los blancos, porque era su tierra, pero los blancos seguían llegando.

La Ruta Medicina apestaba a muerte. Morían los bueyes desfondados. Los blancos disparaban a los búfalos, con frecuencia solo por divertirse, y los búfalos muertos hedían. La Ruta Medicina estaba salpicada de carros abandonados y rotos, muebles y cajas.

Los oglalas y los brulés cazaban, pero habitualmente regresaban a Fort Laramie para acampar y comerciar. Habían pasado catorce inviernos desde que se trasladaran allí y abandonaran sus amadas Colinas Negras para estar cerca de los comerciantes, que eran sus amigos. Entonces el Gran Padre del Este (aquel, según les decían hombres blancos en quienes confiaban, era su gran padre también) compró Fort Laramie y envió soldados vestidos de azul para proteger las caravanas de carromatos. Los soldados no eran amigos de los indios.

Eran una clase de guerreros de lo más detestable. No eran muchos, en comparación con los miles de indios libres, pero provocaban más problemas que la gente de los carromatos. Algunos de sus jefes se casaban con bonitas chicas indias, y las chicas, cuando visitaban a sus familiares en las tiendas, desfilaban para ellos y les mostraban todas las cosas bonitas que sus jefes soldados les habían dado.

En el Este, el Gran Padre escuchó a unos pocos hombres blancos buenos que eran amigos de los indios y reconoció que la Ruta Medicina había trastocado sus vidas y ahora les resultaba más difícil cazar y vivir. Así que determinó que algunas tribus debían poseer ciertos territorios para cazar y que debían recompensarles por el daño que les habían causado.



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