Muerte de un extraño by Anne Perry

Muerte de un extraño by Anne Perry

autor:Anne Perry [Perry, Anne]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2001-12-31T16:00:00+00:00


* * *

Hester sabía que necesitaba un pretexto para pasar a ver a Squeaky Robinson. Tras irse Hart y llegar Margaret, se dedicaron a atender a Fanny y a Alice, quienes daban muestras de una lenta mejoría. Luego, a medida que fue cayendo la tarde y un penetrante frío se apoderó del aire, Hester fue en busca de más carbón para la estufa y resolvió decir a Margaret que se marchara a casa. Las calles estaban desiertas y Bessie pasaría allí la noche.

Margaret estaba sentada a la mesa contemplando con desconsuelo el botiquín que acababa de reaprovisionar.

—He vuelto a hablar con Jessop —explicó, con el semblante tenso; el desdén endurecía la línea de sus labios—. Mi institutriz solía decirme cuando era niña que una buena mujer es capaz de ver el lado humano de cualquiera y percibir las virtudes del prójimo. —Encogió un poco los hombros con ademán compungido—. Yo la creía, probablemente porque la apreciaba mucho. Casi todas las niñas se rebelan contra sus maestras, pero ella era divertida, e interesante. Me enseñó toda suerte de cosas que desde luego no tenían ninguna aplicación práctica, sino que simplemente resultaban curiosas. ¡Ya me dirá cuándo voy yo a tener que hablar alemán! Y permitía que me subiera a los árboles y cogiera manzanas y ciruelas, siempre y cuando le diera alguna. ¡Le encantaban las ciruelas!

Hester vislumbró a Margaret de joven, con el pelo recogido en dos coletas, las faldas recogidas, trepando a los manzanos de una huerta ajena, algo que sus padres le tenían prohibido, y alentada por una muchacha dispuesta a arriesgar su empleo con tal de complacer a la niña y concederle una diversión un tanto ilícita, sí, pero inocente. Se sorprendió sonriendo. Era otra vida, un mundo que nada tenía que ver con aquel lugar donde los niños robaban para sobrevivir y ni siquiera sabían qué era una institutriz. Muy pocos asistían a las clases de la cochambrosa escuela del barrio, y mucho menos recibían clases particulares, por no hablar del lujo de una abstracta moralidad.

—Pero me parece que ni siquiera la señorita Walter habría encontrado algo que redimiera al señor Jessop —concluyó Margaret—. ¡No sabe hasta qué punto me gustaría no tener que alquilar un local a semejante sujeto!

—A mí me pasa lo mismo —convino Hester—. No paro de buscar otro sitio, para librarnos de él de una vez, pero aún no he encontrado nada.

Margaret apartó la vista de Hester y sus mejillas se sonrojaron levemente.

—¿Cree que sir Oliver podrá ayudarnos con las mujeres que, como Alice, están endeudadas con el usurero? —preguntó vacilante.

Hester volvió a tener aquella extraña sensación de hundimiento, una remota soledad debida a que Rathbone ya no se interesaba por ella del mismo modo que antes. Su amistad seguía siendo la misma y, a no ser que su comportamiento la hiciera indigna de ella, siempre sería así. Además, Hester nunca le había ofrecido nada más que eso. Era a Monk a quien amaba. A poco que fuese sincera consigo misma, siempre había sido así.



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