Milicianas by Ana Martínez Rus

Milicianas by Ana Martínez Rus

autor:Ana Martínez Rus [Martínez Rus, Ana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2018-04-01T16:00:00+00:00


Sonrío para adentro al descubrir el lazo que me une a los milicianos. Yo les protejo a ellos y ellos me protegen. Son mis hijos y a la vez mi padre. Se preocupan por lo poco que como y lo poco que duermo, encontrando milagroso que resista tanto o más que ellos las penalidades de la guerra. Todo el catecismo que sabían sobre la mujer se les ha embrollado (…) me juzgan diferente, y por tenerme de jefe se sienten en cierto modo superiores a los demás combatientes (Etchebéhère, 1977: 206).

En esta misma línea la nadadora Clara Thalmann que luchó en la columna Durruti, después de venir a la Olimpiadas Populares de Barcelona, afirmó que las mujeres en el frente eran una especie de género neutro. Y la comisaria comunista Julia Manzanal reconoció haberse cortado el pelo y vendado los pechos para parecer un chico. De hecho, durante unas vacaciones en el frente se puso un vestido en un baile y sus camaradas no la reconocieron. Pero a ella le entró un ataque de pánico por si ya no la volvían a mirar de la misma manera que antes, cuando consideraban que era un hombre más (Strobl, 1996: 48). Los testigos de entonces, en su mayoría hombres, también insistían en que las milicianas eran como hombres. Así, Mauro Bajatierra, en sus crónicas del frente de Madrid, destacaba que las mujeres tenían tanta valentía como hombres, o afirmaba que Margarita Nelken había perdido su condición de mujer. Las milicianas renegaron de su feminidad o incluso la ocultaron, como la propia Manzanal. La capitana Mika esperaba a que sus hombres estuviesen dormidos para echar al fuego los algodones manchados por la menstruación. Fue uno de los mayores problemas en las trincheras, la dificultad para poder cambiarse durante los días de regla. En este sentido, cabe destacar que muchas de estas mujeres querían emular a los hombres, ser como un varón para demostrar su entrega y valor; no se trataba tanto de reivindicar su condición femenina, sino de demostrar que eran auténticos soldados ya que la guerra era cosa de hombres.

El motivo por el que algunos varones rechazaban su presencia en las trincheras era que consideraban que a las mujeres había que protegerlas, cuidarlas porque eran más frágiles, el sexo débil, aunque precisamente la actuación de las milicianas estaba demostrando todo lo contrario, ya que soportaban la dureza del combate con gran coraje y dignidad. «Cuando veo una mujer a fuego descubierto quisiera correr a protegerla. Creo que es un sentimiento masculino muy natural, y me es imposible rechazarlo» (Kaminski, 2002: 187). En esa misma línea se aludía a criterios fisiológicos y pseudocientíficos para negar la capacidad femenina para la guerra: «El organismo femenino, su complexión, su formación y estructura distan muchísimo de acoplarse a las necesidades y aptitudes que obliga y requiere un frente de batalla. Es un organismo inevitablemente débil»[12]. Estos testimonios reproducen claramente los tópicos sobre la supuesta debilidad de la mujer desde planteamientos paternalistas.

En cualquier caso, el esfuerzo bélico



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