Mi madre es un río by Donatella Di Pietrantonio

Mi madre es un río by Donatella Di Pietrantonio

autor:Donatella Di Pietrantonio [Di Pietrantonio, Donatella]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2011-01-01T00:00:00+00:00


Nunca la había visto tan inquieta. Yo observaba por detrás a la tía Lucianella, que estaba concentrada lavando los platos. Sobre la piedra del fregadero, la ventana enmarcaba el bosquecillo de hayas que rodeaba la fuente Cirisciola. No se veía nada porque ya había oscurecido, pero ella miraba constantemente hacia allí. Se le caían los platos, se movía de sopetón, tensa al escuchar el gorjeo de los pájaros nocturnos, que a ratos cantaban en un tono lúgubre.

Se le rompió un vaso. El abuelo Rocco maldijo y mencionó la Santa Faz de Manoppello, para después amenazar a Lucianella. La pobre se agachó para recoger los fragmentos con las manos aún mojadas y se cortó sin quejarse; solo yo me di cuenta de que se apretaba el dedo con un trapo para que no le sangrara. Dijo, con un hilo de voz, que bajaba a dejar los cristales del vaso roto en un lugar lejos de mi alcance. Nadie le contestó.

No volvió. Media hora más tarde, su hermano Remo preguntó dónde coño se habría metido. El abuelo lo envió a echar un vistazo. Fue a todos los establos, cuadras y despensas y volvió a subir con una cara rara.

Lo comprendisteis todos al mismo tiempo. Su novio, Marcello, sobrino de Fioravante, ya hacía algunas noches que no venía a festejar con ella. A mí me daba pena porque siempre llevaba algún caramelo en el bolsillo. Lucianella se había inventado una gripe repentina, pero en realidad estaban planeando fugarse. El abuelo empezó a gritar, papá palideció y tú te pusiste a gritar. El tío Remo, sin embargo, daba miedo de verdad. Corrió hacia allí como un condenado y lo oímos rebuscar en el armario y tirar al suelo todo lo que encontraba. Volvió empuñando una pistola. Nos quedamos helados. Un momento de calma para explicarnos que la había conseguido en Suiza; luego se perdió como alma que lleva el diablo en la noche, la más larga de toda mi vida. Como es lógico, no la encontró. Volvió al amanecer, completamente borracho, sin hermana y sin pistola. La había arrojado al pantano.

Hizo falta un año de paciente trabajo diplomático de los parientes para que las dos familias se reconciliaran. Ella vino una tarde en que el abuelo y Remo estaban abajo con las ovejas. Los dos fingían tener el corazón de piedra, pero lloraban cuando hablaban de la moza. Llegó silenciosa justo a tiempo de escuchar una tosca intención de perdón; luego uno de ellos la vio y le pasó el balde de la leche, como antes.

Se casaron en mayo, yo llevaba un vestido de flores y recité una especie de poema de enhorabuena. Me regalaron un billete.

A partir de entonces, siempre quería ir a verla y quedarme un par de días, con la excusa de los cuatro kilómetros que nos separaban. La echaba muchísimo de menos.

En casa de Lucianella me divertía. Suegros y recién casados vivían juntos en una casa pintada de amarillo. A Palmira, sin embargo, le gustaba arrancarme los dientes de leche,



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