Mi hermano persigue dinosaurios by Giacomo Mazzariol

Mi hermano persigue dinosaurios by Giacomo Mazzariol

autor:Giacomo Mazzariol [Mazzariol, Giacomo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2016-04-21T04:00:00+00:00


* * *

Esa tarde fui a la casa de Arianna con Goss, de gossip, nombre verdadero Elettra, porque se sabía siempre todos los chismes del colegio. Teníamos que hacer una investigación sobre las técnicas de defensa de los animales. Estábamos en la cocina con un par de ordenadores y muchas hojas esparcidas por todas partes. La casa de Arianna se parecía a la de mi tía, lo cual hacía que me sintiera cómodo.

—Oíd esta —exclamó Goss, moviendo con el ratón un artículo que habíamos encontrado en un blog animalista—. Las lagartijas de Texas derraman un chorro de sangre en el ojo para fingir que están muertas y alejar a los depredadores.

—Qué espanto… —dijo Arianna.

—Aquí, en cambio, hay algo sobre el chotacabras egipcio.

—¿El qué?

—El chotacabras egipcio. Es un ave. Parece que se esconde en el polvo para mimetizarse y que no lo vean los otros depredadores.

—Un ave del color del polvo —sonreí—. Qué hermosura.

—Oíd —dijo Arianna—, ¿qué os parece si lo dejamos? En el horno hay una tarta de chocolate negro con rayas de chocolate blanco por encima que ha hecho mi abuela.

—Pues sí, prefiero mimetizarme en una tarta de chocolate negro con rayas de chocolate blanco —dijo Goss.

—¿Te harías una raya?

Goss me dio un puñetazo en el brazo.

—¡Ay! —me quejé—. Me has hecho daño.

Le sonó el móvil, y mientras respondía, Arianna y yo salimos al balcón y nos sentamos en la mecedora. Todavía era invierno, pero lucía el sol; hacía menos frío que en los días anteriores. Los dos llevábamos sudaderas —yo, una color burdeos; ella, una azul— y gorras de lana. Su balcón estaba poco cuidado, pero lleno de plantas extrañas. Plantas secas, sin flores, no diferentes a mi estado de ánimo. Permanecíamos en silencio, mordisqueando la tarta. De vez en cuando yo la miraba de reojo: el sol jugueteaba con sus cabellos, haciéndolos brillar como castañas, y su mano, abandonada sobre el cojín, estaba a menos de un centímetro de la mía.

—¿Has oído lo de Filippo? —dijo de pronto.

—¿Martuzzo?

—Hombre, no. A quién le importa Martuzzo. Hablo de Filippo Langella.

—¿Qué ha hecho? ¿Ha fumado un cigarrillo en el servicio? ¿Ha blasfemado en clase? ¿Lo han arrestado?

—Nada de eso —dijo ella, haciendo mover lentamente la mecedora, una oscilación casi imperceptible.

—¿Se ha hecho tu novio? —aventuré.

—Qué dices. ¿Por qué me lo preguntas?

—Por nada, solo por… —Y aparté la mirada.

—Ha entrado en el seminario.

—¿Qué? —enderecé la espalda—. No es verdad. Me tomas el pelo.

—En absoluto.

—Filippo Langella, el mejor delantero centro del colegio, el que desean todas las chicas… ¿quiere hacerse cura?

—Me lo ha contado en el recreo.

—Pero ¿lo sabe Goss?

—No tengo ni idea.

—Si has descubierto algo semejante antes que ella, se muere.

Arianna sonrió y se metió en la boca el último pedazo de tarta.

—Filippo ha sido un auténtico chotacabras, ¿no crees? —dijo—. Pensaba que sabía quién era, en cambio, la que veíamos era solo una máscara, él estaba escondido en medio del polvo.

—Quién iba a imaginárselo…

Arianna hizo un movimiento gracioso con la cabeza y yo pensé que podría permanecer ahí, en aquella mecedora, a su lado, el resto de mi vida.



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