Metamorfosis by Ovidio

Metamorfosis by Ovidio

autor:Ovidio [Ovidio]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Poesía, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2001-03-01T05:00:00+00:00


Libro noveno

Teseo y Aqueloo (II): Aqueloo y Hércules

Cuál de su gemido, al dios el Neptunio héroe pregunta,

y de su trunca frente la causa, cuando así el calidonio caudal

comenzó, coronado de arundo en sus no ornados cabellos:

«Triste ofrenda pides, pues quién sus batallas, vencido,

5 conmemorar quiere. Lo referiré aun así por su orden, pues no tan

indecente fue el ser vencido cual haber contendido decoroso es,

y grandes consuelos da a nos un tan grande vencedor.

Por el nombre suyo, si una tal finalmente ha arribado a los oídos

tuyos, Deyanira, un día la más bella virgen,

10 y de muchos pretendientes fue la esperanza envidiosa;

con los cuales, cuando del suegro pretendido en la casa entramos:

«Recíbeme a mí de yerno», dije, «de Partaón el nacido».

Lo dijo también el Alcida. Los otros cedieron a los dos.

Él, que a Júpiter por suegro daba él, y la fama de sus labores,

15 y superadas contaba las órdenes de su madrastra.

Por contra yo: «Indecente que un dios a un mortal ceda», dije

—todavía no era él dios—: «el dueño a mí me ves de las aguas

que con sus cursos oblicuos por entre tus dominios fluyo;

y no un yerno huésped, a ti mandado desde extrañas orillas,

20 sino paisano seré y del estado tuyo parte una.

Tan sólo no sea para mi mal que a mí la regia Juno

no me odia y todo castigo me falta de las ordenadas labores.

Pues del que te jactas, de Alcmena el hijo, engendrado,

Júpiter, o falso padre es, o por delito el verdadero.

25 De una madre por el adulterio un padre pretendes: elige si fingido

que sea Júpiter prefieres, o que tú por desdoro hayas nacido.»

A mí que tal decía ya hacía tiempo que con luz torva

él me contempla y, encendida, no es fuerte de imperar sobre su ira

y palabras tantas devuelve: «Mejor en mí la diestra que la lengua.

30 En tanto que luchando gane, tú vence hablando»,

y ataca feroz. Me dio vergüenza, recién esas grandes cosas dichas,

de ceder: rechacé de mi cuerpo su verde vestidura

y mis brazos le opuse y sostuve desde mi pecho zambas

en posta las manos y para la lucha mis miembros preparé.

35 Él, con sus huecas palmas recogido, me asperja de polvo,

y a su vez al contacto de la fulva arena amarillece él,

y ya el cuello, ya las piernas centelleantes intenta apresarme,

o que lo intentaba dirías, y por todos lados me acosa.

A mí mi pesadez me defendía y en vano se me buscaba,

40 no de otro modo que una mole a la que con gran murmullo los oleajes

combaten: resiste ella y por su peso está segura.

Nos distanciamos un poco y de nuevo nos juntamos a las guerras,

y en un paso estábamos apostados, seguros de no ceder, y estaba

con el pie el pie junto, y yo, inclinado sobre todo mi pecho,

45 los dedos con los dedos y la frente con la frente le apretaba.

No de otro modo he visto, fuertes, correr en contra a los toros

cuando, botín de su lucha, de todo el soto la más espléndida

ansía de esposa; lo contempla la manada, y tienen miedo

sin ella saber a quién quedará la victoria de tan gran reino.



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