Mejor muerto by Susana Rodríguez Lezaun

Mejor muerto by Susana Rodríguez Lezaun

autor:Susana Rodríguez Lezaun [Rodríguez Lezaun, Susana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2024-03-13T00:00:00+00:00


25

Las campanas de la catedral llevaban diez minutos lanzando al aire su fúnebre llamada. Cada golpe de badajo contra el bronce retumbaba en el pecho de quienes esperaban en la plazoleta para entrar en el templo, una cadencia solemne que se imponía sobre las conversaciones susurradas, las sonrisas protocolarias y las manidas frases de pésame. No se puede acompañar a nadie en el dolor, el dolor es dueño y soberano, único habitante del alma de las personas, de su mente, de su cuerpo, que enferma y se marchita hasta desaparecer si el dolor aprieta.

Acompañar…

Marcela sentía el dolor clavado en la carne, un dolor solitario que se le había pegado a la piel. Lo sentía en las uñas que laceraban la palma de su mano; en los pulmones, que se negaban a retener el oxígeno y la obligaban a boquear, agotada; en las piernas, que le pedían a gritos un descanso; en la cabeza, activa, siempre activa, recordando, gritando, revolviéndose.

Se había situado con el subinspector Vila junto a una de las gruesas columnas del pórtico de la catedral para observar el lento flujo de personas que iban llegando, todos elegantemente vestidos de un negro riguroso apenas roto por un toque morado o azul.

El cortejo fúnebre llegó puntual. Primero, dos coches de los que descendió la familia directa de Francisco Sarasola, sus hijos mayores y la esposa de Sergio en uno, y su actual esposa y Máximo en el segundo. Cuando se colocaron de pie junto a la verja de la catedral llegó el coche que trasladaba el ataúd. Los tres hijos dieron un paso al frente y se situaron a ambos lados del portón, junto con un hombre con el logo de la funeraria en el bolsillo de la americana.

El chófer tiró de los raíles y el féretro emergió del interior. Acto seguido se colocó al frente y dirigió los movimientos de los portadores hasta que el ataúd estuvo listo para entrar en la iglesia.

Valeria Huguet se situó justo detrás e inició un lento avance a través de la plazoleta. Quedaba muy poca gente fuera, apenas unos cuantos curiosos, fotógrafos de prensa y algún rezagado al que no le quedó más remedio que esperar a que pasara el cortejo.

Natalia, sentada junto a sus padres en un banco de la parte delantera, sintió un retortijón en el estómago al ver a Max. A pesar del dolor, el escozor y la sangre, su mente recreó una serie de imágenes que hicieron que sus braguitas se humedecieran. Incómoda por lo inapropiado de la situación, bajó la cabeza y se concentró en sus manos.

Los porteadores acomodaron el féretro sobre la peana dispuesta ante el altar y permanecieron durante unos instantes unos frente a otros. Javier Sarasola observó a su hermanastro y sonrió con discreción. Esperó hasta que Máximo llegó a su lado y le susurró:

—Dile a tu novia que no se ponga purpurina en las tetas, tu cara parece una nebulosa, guarro.

Máximo sintió que se sonrojaba hasta las orejas y se apresuró hasta su sitio en primera fila, al lado de su madre.



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