Matrimonio en guerra by Ruth M. Lerga

Matrimonio en guerra by Ruth M. Lerga

autor:Ruth M. Lerga [Lerga, Ruth M.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2019-06-26T16:00:00+00:00


* * *

Rafe necesitaba apagar su ardor antes de regresar a la cama con ella o lo precipitaría todo, así que se quedó en la tina hasta asegurarse de tener a su deseo a raya. Solo entonces salió, se secó con prisas con la toalla que antes usara ella y se envolvió las caderas.

La muy tunanta de su esposa, no pudo dejar de observar con cariño, había estado mirándolo todo el tiempo y embebiéndose con su cuerpo. No era un hombre vanidoso, pero sabía bien que llamaba la atención de las mujeres, que con su cabello tan claro y sus ojos era muy apuesto. También su cuerpo, grande, solía gustar a la mayoría. Había quienes preferían a hombres más delgados y pequeños. Al parecer a su esposa, a Dios gracias, le agradaban anchos. Y no tenía intención de disimularlo.

No le importó su falta de recato. Recordó cómo había reaccionado a sus besos, cómo le había pedido con la mano que imprimiera más fuerza a sus caricias, y sintió que volvía a excitarse. Jimena era una apasionada y a él le gustaban las mujeres que respondían en la cama, no aquellas que se quedaban quietas y se dejaban hacer. Él mismo era un hombre de apetitos vehementes y detestaba tener que disculparse por ello con sus compañeras de sábanas.

La miró a placer: voluptuosa, con los pechos grandes y las caderas anchas, una mujer llena, curvilínea, hecha para el pecado.

Y suya.

Hizo a un lado la toalla sin importarle que su excitación fuera evidente, se acercó a la cama y se acostó a su lado.

—Eres muy guapo —lo sorprendió.

Todavía sonriendo ante lo inesperado de su halago, la besó. Volvió a asombrarle al colocarse sobre él y a corresponderle al beso mordisqueándole los labios, succionándoselos, con lengua acariciante. Aprovechando su mayor tamaño le dio la vuelta y se situó sobre ella, inmovilizándole los brazos, previendo que sus manos lo volverían loco.

—Raphael, por favor.

Solo escucharle decir su nombre ya lo estaba volviendo loco.

Bajó la boca hacia su cuello, oliendo la vainilla de su piel, reminiscencias de su perfume, y siguió con sus labios el mismo camino que siguieran sus manos antes, dándose un festín.

Cuando situó la cabeza entre sus piernas las cerró, incómoda ante la idea. Pero se salió con la suya y le besó la cara interior del muslo antes de lograr su objetivo y sentir cómo se derretía contra él.

—Raphael, hazme el amor —le pidió en un par de ocasiones, entre gemidos.

Sin embargo, continuó con las caricias de su lengua hasta que la escuchó gritar y perderse en la dicha sensual de la satisfacción.

Volvió una vez más a la bañera, el agua ya helada, y de ahí a la cama. Estaba ya casi dormida.

—Tú no… yo…

—Duerme.

Aún acertó a decirle:

—Prométeme que mañana seguirás aquí.

—Te lo prometo.

Y, arrebujando la espalda contra su pecho, se quedó dormida justo después.



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