Mapas difusos Vanishing Maps by Cristina Garcia

Mapas difusos  Vanishing Maps by Cristina Garcia

autor:Cristina Garcia [García, Cristina]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9781644738948
editor: Penguin Random House Grupo Editorial USA
publicado: 2023-05-12T00:00:00+00:00


Herminia Delgado

La Habana

Cuando un oficial de la base naval de Guantánamo gritó mi nombre, esperaba que fuera para irme de Cuba por fin. En cambio, me subieron a un camión del ejército y me llevaron a una prisión de mujeres en las afueras de La Habana. A mi vecina Gladys la habían pillado con las manos en la masa en Pinar del Río, con mis jaulas de pájaros, y la habían derrumbado en el interrogatorio policial. No me sorprendió. La supervivencia a menudo iba de la mano de la traición. ¿Mi sentencia? Cuatro meses por traficar una especie en peligro de extinción.

La jueza dijo que me estaba llevando suave debido a una carta de referencia de Celia del Pino que avalaba mi buena reputación en la comunidad. ¿Buena reputación? ¿Qué había hecho yo en mi vida sino sacrificarme por la Revolución? ¿Podría haber sacrificado algo más que mi propio hijo, que descanse en paz? ¡Cómo deseaba que me arrestaran por algo que valiese la pena, como quemar El Capitolio!

Hora tras hora miraba el cielo a través de los barrotes de mi celda, rezando y esperando una señal. Pero solo me respondieron nubes de tormenta pasajeras. Era como si los orishas se hubieran olvidado de mí y de todos. Sin que me oyeran las demás presas, supliqué a Felicia, “Ayúdame, chica. ¡No tengo toda la vida para esperar, como tú!”.

Mis compañeras de prisión eran ladronas, prostitutas, inconformistas, traficantes del mercado negro, disidentes de todo tipo. En resumen, ciudadanas comunes como yo. Nuestros trabajos por la izquierda mantuvieron el hambre a raya y nos permitieron sobrevivir. Mírame. Sesenta años de edad y obligada a trabajar de forma ilegal. La prostitución era, por mucho, la mayor fuente de ingresos de la isla. Las jineteras se acostaban con los turistas que llegaban a Cuba en busca de sexo a cambio de una ganga. Hasta el gobierno estaba sacando provecho, gestionando moteles que se alquilaban por hora. Hoy en día, ¿quién podría distinguir a una enfermera de una prostituta?

En la prisión también se vendía de todo: ron, sexo, tamales, drogas, tabacos, de todo. ¿Lo más difícil de conseguir? Jabón. Si cambiaras sexo por una astillita de jabón, nadie te juzgaría. Los cubanos sufrían, y eran insufribles sin jabón. Mariza, nuestra dealer, tenía una hermana que trabajaba como ama de llaves en el Hotel Nacional. Ambas arrasaron con los fragantes jaboncitos que eran nuestra única esperanza contra la inmundicia.

Cada día era un drama más violento. Por la mañana, una fiera de Sancti Spíritus atacó a una compañera de celda por tener un grillo de mascota. El canto la estaba volviendo loca, así que rompió la jaula del bicho y se lo comió vivo para que se callara. Pero peor era la poeta con piercings en la nariz que día y noche recitaba sus tonterías, lo que resultaba en que le dieran palizas esporádicas.

Por la noche juntábamos algunos cigarros para alquilarle la vieja televisión en blanco y negro a El Baboso, el guardia que entraba a las seis.



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