Maldeniña by Lorena Salazar Masso

Maldeniña by Lorena Salazar Masso

autor:Lorena Salazar Masso [Salazar Masso, Lorena]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2023-11-01T00:00:00+00:00


TRES

Papá dice: Abre. No parece una orden. Ni siquiera alza la voz un poco para que las palabras atraviesen la puerta, para que no reboten y caigan encima de la mesa tocador, junto a la comida fría. Bere la dejó allí a propósito, como evidencia de la grosería de Isa, de los cuidados esporádicos que, a pesar de todo, tiene con ella. La niña creció: ya sabe hacerse los días sola entre gente borrosa. Bere la trata como a un traste viejo que no tira porque más adelante servirá para algo. Es la niña del dueño, hay que darle de comer, hay que pedirle que coma. Hace unos años, Papá le pagaba a Bere por vestir a Isa pequeña, por ayudarle a hacer las tareas y llevarla a la escuela, le pagaba por darle arroz y agua, más no por prestarle atención. Revisar una suma o un dibujo era lo mismo que probar la sopa a ver si le faltaba sal; Bere era insípida, seca, pero responsable. También debía comprarle ropa con plata del Hotel: sudaderas de algodón y camisetas blancas, el uniforme de andar por ahí. Ahora no le da mucho trabajo: servirle la comida, como a los otros huéspedes, y ponerle quehacer de vez en cuando. Papá dice: Abre. Ahora que lo tiene cerca, no sabe qué hacer. Se concentró de más en el deseo y no pensó en qué iba a decirle cuando regresara. ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Dónde estaba? ¿Se irá de nuevo? Mira los bocetos de las casas y el dibujo del pastizal, al que ya añadió más árboles, mariposas, montañas, nubes y un sol con puntas, bien pintado. Pero la casa aún es un cuadrado gris.

Como él casi nunca está, ella siempre dobla el día para entregárselo justo antes de dormir: en la cama —mentalmente— le cuenta todo lo que hizo desde que despertó: caminar el pueblo de punta a punta, husmear por las ventanas de las casas, comprar pan dulce. Los malos recuerdos, no. No cuenta que una tarde —mientras Vargas compraba café molido— un borracho se le metió al baño de la cantina y le quiso levantar la blusa; ella lo mordió, lo escupió, agarró agua de la taza y se la echó en la cara. Salió sin mirar a nadie. Y es que, aunque el local es pequeño, al fondo, frente a la entrada del baño hay una máquina tragamonedas que hace de cortina. Ese mismo borracho se había quedado mirándola más de una vez. Pero ¿qué iba a hacer, decirle a Bere: Un borracho me mira? Qué va. Le respondería que nadie sabe realmente hacia dónde mira un borracho, con lo que Isa estaría de acuerdo porque mirar no es dejar los ojos encima de una botella, un cenicero, una niña. Además, nadie sabe si el borracho mira o se culpa o reza. Los hay borrachos con fe, pero este no, este es de los otros, entonces para qué decirle: Ese borracho me mira y me mira, lo juro, me mira. Parece un espejo.



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