Los tipos duros no bailan by Norman Mailer

Los tipos duros no bailan by Norman Mailer

autor:Norman Mailer [Mailer, Norman]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1985-01-01T05:00:00+00:00


6

Después de tantas idas y venidas por la carretera, estaba furioso, sentía curiosidad y tenía sed. Recordé que no había entrado en un bar desde la noche en que estuve en el Mirador. En consecuencia, tan pronto como estuve de regreso en Provincetown, aparqué el automóvil cerca del muelle. En el centro deL pueblo había buenos bares, el Bay State, al que llamábamos el Bergantín, el Poop Deck y el Fish and Bak (al que todo el mundo llamaba el Cubo de Sangre, por el gran número de peleas que allí se desarrollaban), buenos bares, sí, aunque no se les podía llamar grandes bares porque no tenían grandes camareros como mi padre, capaces de crear un ambiente atractivo para las clases trabajadoras. De todas maneras, los bares mencionados son oscuros, lo suficientemente sucios para que te encuentres a gusto. Puedes beber sintiéndote tan cómodo como un crío en un útero seguro y calentito antes de nacer. Hay pecas luces, y la vieja gramola suena tan débilmente que los oídos no se resienten». Desde luego, en verano, un bar como el Bergantín está más atestado que el metro de Nueva York en las horas punta, y s«cuenta una historia —que considero cierta— según la cual, cierto verano, unos relaciones públicas de la Budveiser, o de la Schaeffer, o de cualquiera de las fábricas de orina caliente, organizaron un concurso para ver cuál era el bar-restaurante que vendía la mayor cantidad de cerveza en todo Massachusetts. Bueno, el caso es que descubrieron que en Provincetown había un establecimiento llamado Bay State que era el que más cerveza había vendido en un mes. Y la mañana de un día laborable del mes de agosto, llegaron unos altos ejecutivos, ataviados con elegantes trajes de verano, juntamente con un equipo de televisión, para filmar la entrega del premio. Pensaban que les aguardaba uno de esos restaurantes de langosta y pescado caro, grandes como un arsenal, que pululan por los alrededores de Hyannis, pero se encontraron con el oscuro y mugriento Bergantín, cuyos clientes eran tan pobres que sólo podían consumir cerveza; doscientos bebedores de cerveza, de pie, atestaban el local. La longitud del Bergantín, desde la puerta de entrada hasta los hediondos cubos de basura al fondo, es más o menos la de un vagón de tren, y en lo tocante a comida, sirven bocadillos de jamón y queso o de salchicha. Las cámaras de televisión se pusieron en marcha, y la clientela de chalados comenzó a gritar: «¡Sí, es la cerveza! ¡Huele que apesta! Oye ¿para qué coño sirve esa luz roja en la cámara de la tele? ¿Es que hablamos demasiado? Más vale que nos callemos, ¿no?».

Aunque en el Bergantín, en invierno, también había clientes, podías sentarte y enterarte de lo que estaba ocurriendo en el pueblo. Por la tarde regresaban a puerto buen número de barcas de pesca, y sus tripulaciones iban a beber al Bergantín. Carpinteros, traficantes en drogas, policías de narcóticos, algunos chicos para todo que sólo trabajaban en verano



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