Los papeles de Admunsen by Manuel Vázquez Montalbán

Los papeles de Admunsen by Manuel Vázquez Montalbán

autor:Manuel Vázquez Montalbán [Vázquez Montalbán, Manuel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2023-10-01T00:00:00+00:00


¿CUÁNTO TIEMPO ESTARÉ AQUÍ?[54]

Lo pregunté al principio de todo. Cuando el hombre del centro insinuó una sonrisa y deduje que aquellos reflejos de sus innumerables dioptrías eran como minutos de una tarde de mayo luminoso, pregunté:

—¿Cuánto tiempo estaré aquí?

—Un año.

Pasaron años. La cantidad asustaría a cualquier perito en años de los que corren por ahí y ponen consultorios a los que acuden los muertos para preguntar:

—¿Cuánto tempo estaré aquí?

Años, años enteros con sus 500.000 minutos y pico repetidos, con sus trescientos sesenta y cinco días iguales. Me intrigaba la constancia de los años. Yo había inventado numerosos pasatiempos solitarios. Primero salté a la pata coja. Después atribuí una función específica a cada una de las catorce pastillas de cielo que formaban las rejas entrecruzadas, dentro de la historia distinta que cada tarde el cielo representa ante mi ventana. Lloré abundantes lágrimas por la patética agonía de una nube zarandeada por los vientos del nordeste. Es una historia que haría llorar a cualquiera capaz de enternecerse por la agonía de un gusano que ha perdido las antenas en el choque con la suela de un zapato, irrechazable, como el tamponazo de un juez militar. Pero no haría llorar a los que lloran por la caída brutal de la “e” paragógica o de la “d” en posición intervocálica: caída fatal impuesta por infinitos malhablados. Los académicos han llorado por el triste adiós a la “d”, tan sufrida; pero jamás llorarán por la agonía de una nube que no se resigna a morir porque no ha hecho otra cosa que presenciar mundo y que tal vez ni ha llovido siquiera, ni ha posado para el paisaje de un pintor dominguero, ni ha servido de ejemplo didáctico para un profesor de Ciencias Cosmológicas.

Una mañana recurrí a mis pasatiempos habituales. Partí doscientas doce galletas en seiscientos sesenta y cinco trocitos irregulares, como seiscientas sesenta y cinco almas apacibles, dulces, glucosas, mantecosas, albuminosas. Después intenté introducirme una sábana en la boca, exceso que el hombre del centro ya me había reprochado en cierta ocasión porque en plena operación sorprendí el vuelo de un vencejo cortado a rodajas por las rejas y olvidé terminar de engullir la sábana. Llegó la noche y al intentar cubrirme con la sábana descubrí que solo me quedaban los treinta centímetros que me colgaban de la boca. Salí airado hacia el centro aprovechando la apertura de la puerta y me planté ante el hombre del centro con un taconazo seco, imperativo. Quise decirle que consideraba abusiva la escasa longitud de las sábanas. Pero no podía hablar. Él entonces echó unas gotas de brillo en los cristales de sus gafas y comenzó a tirar de la sábana. Yo, lentamente, comprendí que tenía el mundo en mi boca y que querían quitármelo. Forcejeé con el hombre del centro y fue cuando él me colocó por primera vez en la palma de su mano. Me estremecí y siguió tirando de la sábana hasta que salió toda y quedó a mis pies como una ancianita desnuda y blanca, cubierta por el rocío de la mañana.



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