Los paisajes iluminados by José María Castroviejo
autor:José María Castroviejo [Castroviejo, José María]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1963-08-01T00:00:00+00:00
MANUEL DE NOCEDA
TendrÃa yo nueve años y me acuerdo con perfección que aún hoy me asombra. Manuel de Noceda era entonces, y creo que hoy sigue siéndolo, de edad indefinida. Ãgil y menudo, siempre le conocà igual con sus uñas rotas y negras y una especial misantropÃa que le impulsaba a buscar el escondite del monte con delectación de primitivo. En Galicia son frecuentes tipos asà y no pretendo en absoluto dejar caer la más breve ironÃa o crÃtica «ciudadana» sobre un proceder, del que me siento cada vez más lejano en la abominación y en torno al cual me acercan, aparte de mis propios sentimientos, no muy lejanos de los de Manuel de Noceda. Una elemental reflexión sobre los hombres y las cosas.
Manuel de Noceda vivÃa en el monte y para el monte. Ãl sabÃa de cierta hostilidad, muda la mayor parte de las veces, y por tanto más pesada, y ello le impulsaba a una mayor reconditez, a un repliegue estratégico podrÃamos decir hoy, en busca de las voces que gotean de los robles y pinares, bajo el toldo de los tojos, en la hora tórrida en que los maizales arden o en la dorada de septiembre, estremecida por el croar de los cuervos sobre las cimas del verde bosque, rizado por un aire de término de vacaciones.
Manuel de Noceda se dirigió a la brevedad ingenua y maravillosa de mis nueve años, una tarde precisamente de septiembre, en la que yo pretendÃa armar una «gayola» en un prado bordeado de olmos y petirrojos, para capturar a unos mirlos músicos que disolvÃan la ironÃa de su canto amarillo sobre la paz aldeana. El diálogo fue breve, ya que Manuel de Noceda tenÃa prisa, pero sustancioso y acompañado de una mÃmica, cuyo encanto mayor consistÃa en as expresivas muestras de silencio recomendadas por el propio locutor en atención a posibles oyentes, que no eran en aquel momento más que cuatro o cinco pegas que graznaban en la robleda cercana y algunos hongos perlados, que desplegaban la fantasÃa de sus sombreros como en un cuento de Grimm.
El resultado de aquella entrevista tuvo consecuencias incalculables desde el punto de vista de mi confianza en los hombres. Manuel de Noceda me expresó âmÃmica y mnémicamenteâ las consecuencias del prolongado uso de una vieja escopeta, atada con mil alambres, que le habÃa producido una abrasadura en el carrillo izquierdo, con pérdida total de la correspondiente ceja y pestañas, al tirar a una liebre en la «chouza» del cura de Trobe. Su dialéctica se encaminaba al logro de otra escopeta, calibre doce y marca «Jabalû, con la que habÃa contemplado en suprema envidia el abatimiento de diversas piezas, implacablemente realizado por mi padre. El pacto fue brevemente acordado con la formal promesa, por parte de Manuel de Noceda, de una devolución del arma antes de las nueve de la mañana y previa mi presencia en las operaciones a realizar.
Al dÃa siguiente me levanté palpitante y estremecido cuando la primera rayola me mostró por el cÃrculo
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