Los Manuscritos de Magdala by Barbara Wood

Los Manuscritos de Magdala by Barbara Wood

autor:Barbara Wood
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico
publicado: 1978-01-01T00:00:00+00:00


10

Las palabras no pueden describir mi desdicha. ¿Ha habido alguna vez una criatura tan vil como yo, deshonrada entre los hombres? En mi momento de ebriedad, volví la espalda a la Torá y profané sus leyes. Así que ahora era justo que Dios me diera la espalda. Anduve por las calles como un hombre aturdido, apretando mi pequeño fardo de pertenencias contra mí. Estaba conmocionado y no sabía adónde ir. No podía incrementar la vergüenza de mi familia regresando a Magdala, pues no ignoraba que mi padre me echaría de su casa. No me atrevía a ir a casa de mi hermana y acarrear la vergüenza a su familia. No tenía dinero para tomar una habitación en una posada, ni la suma para salir de Judea. Carecía de formación u oficio con que mantenerme. No podía volver a mirar a la dulce Rebeca. Y lo peor de todo, había sido abandonado por Dios, Por un momento de debilidad, perdí todo aquello por lo que había luchado; atraje la deshonra sobre mí y sobre mi familia; perdí a la mujer que amaba; y fui abandonado por Dios. ¿Puede haber una criatura más miserable y despreciable que yo?

Todo lo que me quedaba era quedarme en la ciudad y pedir limosna o marcharme al campo y esperar ganar un poco de pan a cambio de trabajo. Ninguna de las perspectivas era alentadora, y deseé amargamente no haber nacido.

Caminé durante todo el día, vagando por calles extrañas y aventurándome en partes desconocidas de la ciudad. Al anochecer, exhausto de caminar, me arriesgué a descansar junto a un pozo donde varias mujeres sacaban sus últimas jarras de agua. Al verlas rememoré la época en que había llenado las cisternas de Eleazar y cómo, al mismo tiempo, había ideado una manera de acarrear el agua de la viuda hasta su casa. Los shekels que ella me pagó se encontraban en los que neciamente había entregado a Salmónides la noche anterior, y recuerdo me produjo una amarga angustia.

Sentado en el borde del pozo, miré hacia abajo, y vi la respuesta a mis problemas en su oscuro fondo. Morir seria tan simple, tan fácil… Dado que no había ya razón para vivir. Hallaría una escapatoria en la muerte. Y todo lo que tenía que hacer era saltar, caer…

Pero la voz de una mujer que había cerca me impidió ir más allá. Había sacado su agua y estaba lista para marcharse, pero se quedó atrás para mirarme. Dijo:

—Buenas noches, hermano, ¿estás bien? Pareces cansado.

Miré primero por encima de mi hombro para ver con quién estaba hablando, y al no ver a nadie más, la miré sorprendido. Era una mujer mayor, quizá mayor que mi madre, y sin embargo muy bella y bien vestida. Se acercó a mí.

—¿Te encuentras bien? —se interesó.

Entonces me di cuenta de que no había motivo para sorprenderme de que me hablara, puesto que, al fin y al cabo, ¿cómo podía conocer mi vergüenza?

—No me siento bien —dije—. Estoy muy cansado.

—¿Tienes también hambre? —Había mucha amabilidad en su voz.



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