Los hilos del poder by Jorge Zaragoza Gómez

Los hilos del poder by Jorge Zaragoza Gómez

autor:Jorge Zaragoza Gómez [Zaragoza Gómez, Jorge]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2022-06-30T00:00:00+00:00


3

Sánchez tamborileaba con los dedos sobre el volante. El sobre que le había entregado Pellicer contenía la información justa y precisa: una dirección, la hora de la fiesta, y, como único extra, la palabra CLAVE en mayúsculas seguida de la frase «El mono acaba de aterrizar». Eso era todo. El inspector de policía miró su reloj de muñeca. Un poco de retraso ya parecía inevitable. Y eso que había tomado todas las precauciones: había salido con antelación y se había asegurado de que por lo general los dos carriles de la A6, conocida como la carretera de La Coruña, tenían poco tráfico a esa hora de la noche. Y sin embargo ahí llevaba más de diez minutos avanzando a trompicones. Aún le faltaban cinco kilómetros hasta la salida de Las Rozas cuando la circulación se detuvo por completo y, tras apenas cinco segundos, volvió a arrancar hasta que se paró de nuevo bruscamente. El conocido efecto acordeón de las autovías que nunca había acabado de comprender. Sánchez abrió ligeramente la ventanilla del Seat 124 y se encendió un cigarrillo. Era ya noche oscura y las luces de las urbanizaciones brillaban en la distancia bajo un cielo despejado. Por la radio no dejaban de hablar de las inminentes elecciones generales y la apagó de un manotazo.

—No tenía que haber venido —se dijo en voz alta.

Estaba a punto de golpear el volante, sobre el claxon, cuando le pareció ver el motivo del atasco unos metros más adelante.

—Bueno, ya queda poco —suspiró más relajado.

Todo el embrollo había sido provocado por un golpe entre dos coches. La parte trasera de un Renault 5 amarillo había prácticamente desaparecido por el impacto de una berlina de lujo que no le dio tiempo a reconocer porque un guardia civil, con su uniforme verde y tricornio en la cabeza, soplaba con fuerza el silbato y hacía amplios gestos con los brazos para que el tráfico no se detuviera. La brisa fresca que empezó a entrar por la rendija de la ventanilla le ayudó a calmar su estado de ánimo. Volvió a girar el sintonizador de la radio y sonó la aguda voz de Camilo Sesto cantando El amor de mi vida. Todo iba bien hasta que miró el reloj del salpicadero y lanzó un improperio. Esperaba no tener problemas para encontrar la calle cuya localización había memorizado del callejero.

Tras otra retahíla de nuevas y variadas maldiciones, llegó por fin al punto de encuentro. Se detuvo a unos metros de la puerta de entrada exterior. Era una gran casa unifamiliar que supuso debía estar rodeada de un extenso jardín, por la distancia a la que se distinguía el piso superior de la vivienda, y con los vecinos más cercanos alejados lo suficiente. Un muro de piedra con una verja metálica de más de dos metros de altura tras la que sobresalían abetos y espigados cipreses se encargaban de su protección. Varias cámaras de seguridad controlaban el perímetro. El inspector se arregló el pelo con las manos y pulsó el timbre con decisión.



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